Obama and the Harsh Reality

Edited by Louis Standish

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Antes de llegar el pasado domingo a Washington, el presidente electo Barack Obama, que ha guardado exquisitamente las formas hacia su predecesor, ya tenía que enfrentar una crisis fruto de su propia gestión. Obama tiene toda la razón cuando se niega a opinar sobre cuestiones como la ofensiva israelí en Gaza. Estados Unidos no tiene más que un presidente y sólo él fija la política exterior norteamericana. Cosa distinta son las decisiones tomadas desde el 4 de noviembre por Obama y que sólo a él competen. Entre éstas cabe destacar los nombramientos de quienes han de formar parte de su Administración. De entre ellos ya hay una baja: el gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, ya no será secretario de Comercio. Obama le había ofrecido ese puesto, extremadamente relevante en los tiempos de crisis en que estamos inmersos, pero Richardson, tras aceptarlo, ha tenido que renunciar, acuciado por la investigación de un grave caso de trato de favor a un sustancial contribuyente de las campañas electorales del propio Richardson. La rapidez con que el equipo de Obama ha cerrado el caso es muestra elocuente de la difícil defensa que tenía el non nato secretario de Comercio. Obama ha hecho un equipo en el que intenta aunar corrientes y líderes rivales demócratas: Biden, Clinton, Richardson… También hacen falta personalidades que puedan encarnar el lema electoral «Change we can belive in», un cambio en el que podemos creer.

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