Conversations with The Enemy

<--

Conversaciones con el enemigo

• El plan de paz patrocinado por EEUU es inaceptable para Netanyahu y para la mayoría de israelís

MATEO Madridejos*

La gira por Oriente Próximo de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, no aportó novedades en las cuestiones de fondo, de manera que las diversas y contradictorias declaraciones sobre el pragmático propósito de “hablar con los enemigos”, según la expresión del presidente Barack Obama que está de moda en Washington, obligan a aplazar el juicio para ponderar si estamos ante un verdadero cambio de estrategia, con objetivos concretos y alcanzables, o en presencia de escaramuzas dialécticas que enmascaran un genuino callejón sin salida.

La idea de hablar con el enemigo se popularizó en la campaña electoral. En febrero del 2008 fue defendida, en lo que concierne a Cuba, por el entonces aspirante Obama, pero su rival Clinton insistió en que no se reuniría con Raúl Castro hasta que este diera señales inequívocas de que el cambio estaba en marcha. En Irak, la estrategia exitosa del general David Petraeus consistió en armar y pagar a las milicias sunís para combatir a Al Qaeda. En octubre último, ascendido a jefe del Comando Central, desde Afganistán al Mediterráneo, el mismo general abogó por sondear a los más moderados de los talibanes, sugerencia a la que acaba de adherirse la Casa Blanca.

Obama se refirió a Teherán como probable interlocutor en la reunión sobre Afganistán, y las conversaciones exploratorias están en marcha con Siria, hasta ahora sometida a un régimen de sanciones económicas y, por causa de su aislamiento, aliada casi forzosa de Irán. El cálculo norteamericano consiste en que el régimen de Damasco, aunque siempre sospechoso de maquinar varios repulsivos asesinatos para perpetuar su presencia en el Líbano, podría ejercer alguna influencia sobre el Hizbulá libanés y Hamás. El gran inconveniente es que el Gobierno israelí que se avecina no estará dispuesto a devolver a Siria los altos del Go-

lán, ocupados desde 1967, donde se sitúa el acuífero del Jordán, recurso vital del Estado hebreo.

La apertura de

Obama hacia el mundo árabe-musulmán abriga el designio de “una nueva asociación basada en el respeto de nuestros intereses mutuos”. Luego de la fanfarria belicista esgrimida por los neoconservadores de George Bush y un poco atenuada por la secretaria Condoleezza Rice, el repliegue militar y el avance diplomático que se adivinan tras las maniobras de Washington –“la nueva música americana”, que dicen en El Cairo– tratan de preservar el statu quo, fundado en el petróleo y las dictaduras, y se detienen abruptamente a las puertas del infierno de Gaza, donde más de un millón de palestinos se hunden en la miseria y la desesperación bajo la férula islamista y el bloqueo de Israel.

EN JERUSALÉN, Clinton reiteró las tres condiciones para negociar con Hamás, estigmatizado como grupo terrorista: reconocimiento de Israel, rechazo del terrorismo y aceptación de los compromisos asumidos por la Autoridad Palestina desde los acuerdos de Oslo (1993). La cantinela de siempre. ¿Por qué discriminar a Hamás en esta ofensiva para hablar con los enemigos? ¿Por qué el doble rasero incongruente? No resulta fácil explicar por qué se exige a Hamás lo que no se espera de Hizbulá, dos grupos harto parecidos y protegidos por Irán, cuando la única condición relevante es la de abandonar la violencia, deteniendo los disparos de cohetes contra territorio israelí que solo provocan más destrucción y sufrimiento.

Obama y Clinton se enfrentan a muy duros dilemas después de haber encajado su primer revés en Israel con la perspectiva más que probable de un Gobierno dirigido por Binyamin Netanyahu (Likud), notorio enemigo de un Estado palestino, que estará apoyado por la derecha profética y la extrema derecha vociferante y xenófoba, cuyo líder propala que la única solución vendrá cuando todos los palestinos hayan sido expulsados más allá del Jordán.

Hablar con el amigo y aliado israelí parece ser mucho más arduo que con el dictador protegido o el enemigo declarado. Un enviado norteamericano llega a Damasco mientras los egipcios, con la bendición de Washington, tratan de recomponer la unidad palestina entre Hamás y Al Fatá. Pero el plan de paz patrocinado por EEUU, que entrañaría el nacimiento de un Estado palestino, la partición real de Jerusalén, la evacuación de las colonias judías en Cisjordania y una seguridad militarizada en el Jordán, previsiblemente con el aval de la OTAN, parece inaceptable no solo para Netanyahu, sino para la mayoría de los israelís.

RESULTAN comprensibles los recelos de Israel, en un océano de hostilidad, mas la intransigencia endurecida que surgió de las urnas es la secuela lógica del aumento incesante de la colonización, ante la complacencia norteamericana, y de un sistema electoral fosilizado que produce resultados extravagantes. Para cualquier alternativa que evite el bloqueo de su apertura, Obama y Clinton tendrán que habérselas con el lobi judío en EEUU, el mismo que acaba de provocar, mediante una campaña insidiosa, la renuncia de

Charles Freeman, propuesto para presidir el Consejo Nacional de Inteligencia.

Ahora sabemos que la guerra de Gaza fue un fiasco estratégico. Librada con propósitos electorales, sus resultados son un territorio devastado, un renovado arsenal de agravios y odio, un Hamás crecido como movimiento de resistencia y un Gobierno en Israel de espaldas a la receta de “paz por territorios”. Y así seguirá, a menos que Obama presente un proyecto milagroso para salir del laberinto.

*Periodista e historiador.

About this publication