Consistency at the Top

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Barack Obama viaja a Londres esta semana con el propósito de convencer a los líderes de los 21 países que generan el 80 por ciento de la riqueza mundial a que lo respalden en su plan para reordenar la arquitectura de la economía global y superar la crisis más severa que el mundo ha enfrentado en más de medio siglo.

Dada su enorme popularidad en casi todos los países del orbe, incluyendo el propio, y la elocuencia con la que presenta sus argumentos, lo más probable es que logre muchos de sus objetivos. Pero su éxito sería mayor, sin duda, si logra superar algunas de sus inexplicables contradicciones y se decide a cumplir en la práctica su discurso aperturista en la economía y en pro del libre comercio.

La propuesta que Obama presentará a sus colegas tiene elementos que coinciden con el programa de recuperación económica que con ciertas dificultades ha empezado a ejecutar en Estados Unidos. En Londres, Obama propondrá que los gobiernos de los países ahí representados actúen de inmediato y emprendan programas de estímulos fiscales que fomenten el crecimiento económico en sus respectivos países, “hasta que se restablezca la demanda”. También sugerirá que se tomen las medidas necesarias para estabilizar el sistema financiero y “se restablezca el crédito bancario del que dependen las empresas y los consumidores lo antes posible”.

La oferta del Presidente incluye establecer controles adecuados y reglas de funcionamiento sensatas que se apliquen todas las instituciones financieras que operan en el mundo y no solamente a las de Wall Street; que se promulguen leyes que las obliguen a operar con transparencia y se refuercen los mecanismos de vigilancia. También aboga el Presidente por robustecer los programas de asistencia de las instituciones multilaterales, como, por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo y/o la Corporación Andina de Fomento, en coordinación con el G-20, para aportar financiamiento comercial que impulse el desarrollo económico, dinamice las exportaciones y ayude a la creación de empleo en los países subdesarrollados.

Hasta ahora, la reacción de los dirigentes convidados a la cumbre ha sido mixta. Después de todo, la credibilidad en las virtudes del capitalismo al estilo norteamericano no pasa por un buen momento. El estrepitoso fracaso de la industria automotriz nacional y el desplome del sistema bancario nacional y de la compañía aseguradora más grande del mundo, ante la complaciente mirada de la administración de George W. Bush, dañaron la reputación del país.

A pesar de las críticas al sistema norteamericano y al propio Presidente, yo sigo pensando que si Obama reconoce sus propias contradicciones bien podría superar los obstáculos que se le presenten y regresar a casa con suficiente apoyo para poder seguir adelante con su plan de recuperación económica.

Obama debe entender que su discurso en el que exhorta a los otros países a mantener la apertura de sus economías y a ratificar su repudio al proteccionismo comercial se contradice con sus acciones. No se puede alegar, con un desparpajo que colinda con el cinismo, que se está en contra del proteccionismo y solapar las miserias proteccionistas de los clientes del sindicalismo en el Congreso estadounidense cuando violan injustificadamente el Tratado de Libre Comercio con México. No se puede estar a favor de la apertura comercial y permitir la inserción de irracionales cláusulas “nacionalistas” en el paquete de estímulo. No se debe alentar, con pretextos banales, el bloqueo indefinido de los acuerdos de libre comercio con dos países hermanos, como son Colombia y Panamá.

Si Obama quiere convencer al mundo de la sinceridad de sus palabras, debería cumplir los compromisos de Estados Unidos con México, Colombia y Panamá. Tres países que, a pesar de sus diferencias con el gigante del hemisferio, siguen creyendo en la democracia, el capitalismo, el libre mercado y la libertad.

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