The Last of the Kennedy’s Patriarch

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Patriarca y león, incombustible senador durante más de cuatro décadas, perseguido por la sombra del presidente que no pudo ser, celoso guardián de una saga que se queda huérfana y sin heredero posible… Murió a los 77 años Edward Moore Kennedy (llamadle Ted). Acabó con su vida un tumor cerebral que le detectaron hace meses. El último gran superviviente del clan no pudo eludir la tragedia.

Llevaba siendo el patriarca de los Kennedy desde 1968, cuando acabaron con la vida de Robert en plena campaña electoral y estaba aún reciente la sangre del asesinato en Dallas de JFK (1963). El abuelo Joseph, que moriría un año más tarde, no dudó en pasarle el cetro a su tercer mosquetero (el cuarto, Joe Jr., murió en un accidente aéreo). Pero el pequeño de la familia no lo tenía tan claro entonces y decidió buscar respuestas en Nueva Inglaterra.

Volvió con las velas hinchadas. «Nadie está seguro escondiéndose», dijo nada más tocar tierra. «Como mis hermanos antes que yo, tomaré un estandarte caído. Apoyado en la memoria de todos los años que pasamos juntos, intentaré llevar a cabo el compromiso especial por la justicia, la excelencia y el coraje que distinguió sus vidas». La suerte estaba echada, y el entonces joven senador (36 años) parecía la viva reencarnación de sus dos hermanos. Con un aire menos glamuroso y soñador, pero igualmente ambicioso. Empeñado en demostrar que se podía ser progresista y pragmático. Haciendo méritos para su futura candidatura a la Casa Blanca.

Un verano después, en las mismas costas, cavó su propia fosa política. Ocurrió saliendo de Chappaquiddick, en la isla de Martha’s Vineyard, donde Obama veranea precisamente estos días. Ted Kennedy iba al volante de un Oldsmobile, volviendo de una fiesta y acompañado de una joven de 28 años, Mari Jo Kopechne. El coche se salió de la carretera a la altura de un puente y quedó sumergido. Kennedy salió ileso, pero su acompañante murió en extrañas circunstancias. El senador nunca dio aviso a la policía y días después pidió públicamente perdón por su comportamiento «inexplicable» e «indefendible».

El trágico incidente, que sigue rodeado de misterio, empañó definitivamente su futuro. Intentó dar la campanada en las primarias demócratas de 1980, y aunque los militantes de base corearon con entusiasmo el «¡Kennedy, Kennedy!» en el Madison Square Garden, claudicó de mala gana ante Jimmy Carter.

Su lastre personal pesó siempre más de la cuenta, y fue precisamente por proteger su intimidad y el buen nombre de la familia -o lo que quedaba de él- por lo que decidió posponer indefinidamente su vuelta al ruedo presidencial.

En el 82 de se divorció de Joan Bennett -tuvieron tres hijos, se volvería a casar-, y 10 años después se vio envuelto en otro turbio episodio, cuando su sobrino William fue acusado de violar a una mujer que había conocido en un club de Florida, donde le acompañaban el propio Ted y su hijo, el ahora congresista Patrick -con un rosario de incidentes comparables con el de su padre, por excesos de alcohol y por adicción a los tranqulizantes-.

La leyenda negra no pudo sin embargo con el otro mito ganado a pulso, el del león del Senado. «Creo que después de 1980, cuando asumió que no podía ser presidente, se dio cuenta de que el oficio de senador es muy poderoso e importante, y se esforzó por hacerlo lo mejor posible», asegura Stephen Hess, autor de Las dinastías políticas americanas.

Ted Kennedy ha pasado a la historia como uno de los seis senadores que logró fulminar la barrera de los 40 años en la Cámara Alta, con grandes logros a sus espaldas como la Ley de Derechos Civiles del 64, la Ley del Derecho al Voto del 65 o la Ley para los Americanos con Discapacidades de 1990. La lucha contra la discriminación racial, la igualdad de género, la educación y la sanidad fueron sus caballos de batalla.

En condición crítica: la crisis de la atención sanitaria está considerado como el libro-bandera de su vida política. En 1994 hizo causa común con Bill y Hillary Clinton para impulsar la reforma sanitaria, derrotada finalmente por el poder de los lobbys y el cerrojazo republicano.

Hace apenas una semana, cuando ya barruntaba su propio final, Ted Kennedy dirigió una carta al gobernador de Massachusetts, Deval Patrick, pidiéndole que revisase la ley y acelerara los trámites en el Senado para cubrir su vacante, de modo que su «sucesor» pudiera dar el respaldo a Obama en la reforma sanitaria.

Otro gallo cantaría a estas alturas si Kennedy hubiera estado en forma en estos primeros y turbulentos meses de Obama. Pese a haberse convertido en uno de los blancos favoritos de los ultraconservadores, el viejo Ted gozaba del respeto y del favor de un buen puñado de senadores republicanos, con quienes había urdido viejas alianzas -aunque las relaciones se habían enturbiado por su terca oposición de la Guerra de Irak-.

«Kennedy siempre se dio cuenta de lo importante que es llegar a compromisos con la oposición para sacar adelante reformas vitales», asegura Stephen Hess, el biógrafo de las dinastías, que destaca el gran vacío que queda en la familia, sin un heredero digno del triunvirato que hizo historia.

Tal vez por eso, y sabiéndose ya en el ocaso de su vida, Ted Kennedy le dio a Obama ese abrazo paternal en el momento más crítico de las primarias. El entonces candidato negro acababa de ganar la partida en Carolina del Sur, y aunque el mano a mano con Hillary estaba aún en el aire, Ted lo vio claro y no quiso esperar. En Washington, y en compañía de su sobrina predilecta -Caroline-, proclamó a Obama como el sucesor de JFK.

Poco después llegó el anuncio del tumor cerebral. Aun así, y pese al consejo de los médicos, Kennedy quiso estar en la coronación del candidato y conquistó el cielo en la Convención Demócrata de Denver. Se empeñó en estar en primera fila durante la investidura el pasado enero. Se lo llevaron en ambulancia, aparentemente por una indigestión.

La única duda desde entonces era cuántos meses le quedaban en ese escaño que heredó en 1962 cuando lo dejó vacante John F. Kennedy. Obama le distinguió recientemente con la Medalla de la Libertad.

Pese a las comparaciones obvias, Ted se esforzó en trazar su propio camino, incluidos los devaneos de su juventud. Fue expulsado de Harvard por permitir que otro estudiante hiciera por él un examen -de español-. Readmitido dos años después, se licenció en Ciencias Políticas y luego en Derecho por la Virgina School of Law. Se curtió en las artes de la política como jefe de campaña de JKF y ejerció no sólo de patriarca, también de padre de una larga quincena de nietos tras el asesinato de sus dos hermanos.

Su hermana Eunice falleció precisamente el 11 de agosto; Ted estaba ya tan débil que ni siquiera fue a su entierro. Su último adiós será en Arlington, Virginia, en el cementerio de los héroes americanos.

Edward ‘Ted’ Kennedy nació en Boston el 22 de febrero de 1932 y murió en Hyannis Port (EEUU) el 25 de agosto de 2009.

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