Edward Kennedy, muerto el pasado mes de agosto, era el patriarca del clan más emblemático de la izquierda de salón norteamericana. Los Kennedy dieron todo su apoyo a Barack Obama, no porque tuvieran especial sintonía con él, sino porque sabían que si el candidato demócrata en 2008 era Hillary Clinton, se habría asentado en la escena nacional una nueva dinastía demócrata que hubiera ocupado la Casa Blanca por dos veces en dos décadas, mucho más de lo que los Kennedy pudieron hacer nunca.
Hoy, primer aniversario de la llegada de Obama al cargo de presidente, se conoce el resultado de la elección parcial en Massachusetts para completar el mandato del senador Kennedy. Pocos escaños estaban más seguros entre los 60 demócratas de la Cámara Alta. Los republicanos no lo ocupaban desde hace 57 años y desde entonces es coto privado de los Kennedy. Pues tan significativo escaño ha sido objeto de una tenaz lucha cuyo resultado era desconocido a la hora de escribir esta columna. Pero que ha forzado al presidente Obama a emplearse a fondo. El pasado fin de semana en el que debía saborear los placeres del primer año en el cargo, Obama tuvo que dedicarlo a hacer campaña en Boston ante el temor de que la mayoría de 60 escaños que le permite escapar a cualquier intento de bloqueo en el Senado se le podía evaporar. Y la dirección de la mayoría en el Senado ya estudiaba planes de contingencia para impedir que aunque los republicanos ganaran ayer en Massachusetts pudieran bloquear la reforma sanitaria -por ejemplo aprobándola en las próximas dos semanas, antes de que el nuevo senador ocupe su escaño. Bonita forma de respetar la voluntad popular.
En un año, Obama pasa de parecer un mesías a tener problemas para salvar el escaño de Kennedy. Y si cuando lean esto, lo ha perdido, «Houston, tienen un problema».
HORIZONTE
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