Uno de los orígenes del desencanto de muchos de los votantes de Obama es que han descubierto que carece del rebelde espíritu cowboy de sus antecesores, plasmado en la orden casi genética, del Go West!, Vete al Oeste, conquístalo y hazlo productivo.
Todos los presidentes hasta él asaltaron su oeste, incluyendo a Bush, que aunque no fue un héroe, creó una empresa con la que arriesgó su capital: se expuso a arruinarse para alcanzar al poder.
Barack Obama nunca conquistó su oeste. Parece carecer de espíritu pionero, pese a que vivió sus primeros años al oeste del oeste, en Hawai e Indonesia.
Vuelto al continente no tuvo iniciativas para hacerse a si mismo fuera de la universidad. No fue emprendedor: siempre cobró nóminas como funcionario.
Actividad loable pero carente del halo romántico estadounidense, con excepción de los militares y los diplomáticos, de quien se juega el futuro sin sueldos públicos.
El carácter de país de aventureros que creen su propia leyenda obliga al líder a emprender lances ejemplares para quienes no deseen ser funcionarios ni depender económicamente de los impuestos.
El programa más ambicioso de Obama es el sanitario. Aparentemente, no hay nada mejor que una seguridad social pública como la que proponía, aunque hoy está descafeinada.
Muchos estadounidenses, que sostienen grandes redes caritativas para pobres, ancianos y niños en cooperación con los gubernamentales Medicare y Medicaid, rechazan que el gobierno les imponga pagarle la sanidad a quienes, teniendo ingresos, los gastan como cowboys sin asegurarse su salud. Dicen que quienes quieran ganar su oeste, que se lo paguen.
Tras fracasar en sanidad y en Massachusetts, quizás el ataque de Obama contra los grandes bancos sea ahora su Go West!, su aventura de cowboy. De momento, anuncia que ha sacado el Colt.
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