Hace ahora seis años, cuando George W. Bush iniciaba su segundo mandato presidencial, una mayoría de ucranianos se lanzaba a las calles para reivindicar unas elecciones libres y democráticas contra el dominio de los líderes comunistas que todavía mandaban en el país y que se conoció como la Revolución Naranja.
El apoyo de la Administración norteamericana fue decisivo y el liderazgo de Yulia Timoshenko también. Al igual que, a finales de los noventa, el presidente Clinton fue el hombre clave en la liberación de los Balcanes al ordenar a la OTAN que echara a Milosevic del poder, su sucesor George W. Bush, fue el encargado de ayudar a aquellas repúblicas ex soviéticas, como Ucrania y Georgia, a las que Moscú seguía considerando su patio trasero.
Barack Obama no ha demostrado ningún interés en seguir ayudando a la consolidación de estas dos democracias. Ucrania tiene que integrarse en la UE y Georgia en la OTAN. Ambas lo han solicitado pero sin la ayuda de Obama –que decidió retirar el escudo antimisiles– Moscú no tiene ninguna prisa para que se cumplan sus deseos.
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