The Dream of a Nuclear-Free Planet

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El sueño de un planeta desnuclearizado

Marzo 15, 2010

La Administración Obama ultima estos días la tercera revisión de la doctrina nuclear estadounidense desde la caída del Muro de Berlín. La aprobación del documento estratégico, conocido como Nuclear Posture Review, se anunció para diciembre de 2009, luego para febrero, finalmente para el pasado 1 de marzo, y seguimos a la espera.

Lo esencial del plan, filtrado a cuentagotas, está ya acordado: una reducción drástica de las bombas atómicas existentes hoy en el arsenal de los EEUU (unas 9.400), la retirada o reducción drástica de las ojivas desplegadas en bases de siete países europeos (entre 300 y 500 instaladas en Alemania, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Noruega, Italia y Turquía), la modernización de los laboratorios de pruebas (aprobados ya 3.700 millones de euros con ese fin para los próximos tres años), renuncia (ya oficial) a las armas antibúnker y al sistema antimisiles en Europa central de Bush, el despliegue de sistemas antimisiles creíbles en el Golfo y en Asia oriental y la mejora del sistema de armas no nucleares conocido como Prompt Global Strike, capaces de alcanzar cualquier objetivo en el planeta en menos de una hora.

El plan no se ha cerrado todavía porque algunos de sus contenidos sólo tienen sentido si coinciden con un nuevo acuerdo bilateral de reducción de armas nucleares con Rusia y con la revisión del paraguas nuclear estadounidense en Europa y Japón. Acuerdo pendiente de duras negociaciones y, en el caso de la OTAN, condicionado por la revisión en curso del concepto estratégico.

Todas estas dificultades se pueden superar en poco tiempo si los principales asesores de Barack Obama se ponen de acuerdo en dos cuestiones que han encendido las más de seis reuniones al máximo nivel que se han celebrado ya en la Casa Blanca sobre el asunto: para qué sirven las armas nucleares y cómo se deben usar en el siglo XXI y renunciar o no al primer uso de la bomba nuclear, que se ha mantenido en vigor desde Hiroshima y Nagasaki, hace ahora 65 años.

El 5 de abril de 2009 en Praga, Obama adelantó un cambio radical en la doctrina nuclear estadounidense al apostar por “un mundo libre de armas nucleares (…), aunque nosotros no lleguemos a verlo”, objetivo (llámenlo sueño o ideal si quieren) reiterado en septiembre en la resolución 1887 del Consejo de Seguridad.

La derecha le acusó inmediatamente de ingenuo y la izquierda de falsario por aumentar, al mismo tiempo, el presupuesto militar. Obama hizo oídos sordos a todas las críticas, convencido de que, sólo con una reducción sustancial de los arsenales ruso y estadounidense, dueños de, aproximadamente, el 95% de las 27.000 cabezas nucleares existentes hoy en la Tierra, es posible luchar con éxito contra el terrorismo y contra la proliferación nucleares.

Para concretar el riesgo del terrorismo nuclear, Obama ha convocado en Nueva York una cumbre de unos 40 países para el 8 y 9 de abril. Para reforzar el régimen contra la proliferación nuclear construido desde 1968 con el Tratado de No Proliferación (TNP), los 188 países que lo han ratificado se reunirán del 3 al 28 de mayo en Nueva York.

Las posibilidades de acuerdo en estos foros son mínimas si los Estados Unidos y Rusia no predican con el ejemplo antes de exigir a los demás nuevos compromisos, si los ocho países ya nuclearizados (nueve, si contamos la prueba de Corea del Norte en 2006) no modifican sus actuales estrategias de seguridad y si no cambian las condiciones políticas y psicológicas que han convertido a Pakistán, a la India y al Senado estadounidense, por citar sólo a tres, en adversarios destacados de la desnuclearización.

Pakistán ha hecho imposible en el último año un tratado en la Conferencia de Desarme de Ginebra que prohíba la producción de combustible utilizable para fabricar bombas. La India condiciona su cooperación en el TNP a un escaño permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. El Senado estadounidense, por último, sigue boicoteando todos los esfuerzos de Obama para ratificar el Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares aprobado por la Administración Clinton en 1999.

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