A menudo, se ha descrito la Casa Blanca como una burbuja cuyo contorno forman los centenares de asesores, funcionarios, y cargos electos que filtran para el presidente la información de lo que sucede al otro lado de las paredes del mítico edificio.
Inmediatamente después de su investidura, Obama se propuso escapar cada noche de esa burbuja a través de las cartas que le envían sus conciudadanos, su cordón umibilical con el estadounidense medio.
Fue durante las primeras horas de su presidencia que Obama ordenó a sus asesores que cada día le seleccionaran 10 cartas, faxes o e-mails de entre las cerca de 20.000 comunicaciones que recibe diariamente la Casa Blanca.
Y desde entonces, a las 8 de la noche, un paquetito de color lila llega al Despacho Oval para que el presidente pueda terminar el día leyendo las experiencias, problemas y sueños de los estadounidenses.
Por expreso deseo presidencial, las 10 misivas diarias son representativas del total recibido, y no están maquilladas ni censuradas.
En un reciente mitin, Obama aseguró en tono jocoso que sus ayudantes se tomaron al pie de la letra su demanda, pues “la mitad de las cartas me llaman idiota”.
Un gran equipo
Un equipo formado por decenas de voluntarios, becarios, y empleados de la Casa Blanca se dedica cada día a leer las más de 5.000 cartas, 4.000 faxes, y 10.000 e-mails, además de cerca de 2.000 llamadas telefónicas. Cada empleado lee entre 200 y 350 comunicaciones al día, de las que escoge las tres que más le llamaron la atención.
Mike Kelleher, el director de la correspondencia de la Casa Blanca recibe unas 100 misivas de sus subordinados, y él es el encargado de elegir las 10 ‘finalistas’.
Las cartas se dividen en función de su tema, de forma que se pueda apreciar la evolución de las preocupaciones de la ciudadanía. Normalmente, la actualidad influye en el volumen de cada asunto. Por ejemplo, en noviembre la mitad versaban sobre la guerra de Afganistán, y la mitad en febrero de la reforma sanitaria. Entre un 6 y 10% corresponden a fans que le animan, o le transmiten su apoyo.
El inquilino de la Casa Blanca no sólo lee las cartas en la intimidad de su habitación, a menudo compartiéndolas con Michelle, sino que algunas las lleva consigo a los mitines, se las repasa en el Air Force One, o las reparte entre sus asesores, o miembros de su gabinete en las reuniones.
Según sus asesores, de todas ellas, Obama responde personalmente a una quincena de cartas semanales. Las otras son respondidas por el ‘staff’ de la Casa Blanca a partir de más de centenar de modelos preparados para cada tipo de mensaje.
Y es que Kelleher no deja a sus subordinados que escriban cartas de respuesta sin haberlas supervisado él antes.
El vínculo con el pueblo
Los estadounidenses tienen con su presidente una relación especial, un vínculo afectivo que en algunos casos llega a ser íntimo. Esto explica que, entre las misivas que recibe, no sólo existan mensajes puramente políticos, o demandas directas de ayuda, sino confidencias de tipo personal, e incluso los deberes escolares que le envían muchos niños.
Durante los últimos meses, mientras el debate de la sanidad alcanzaba su clímax, las cartas de Obama adquirieron una renovada importancia en la estrategia de comunicación de la Casa Blanca.
Tras la debacle demócrata de Massachusetts, justo cuando se empezaron a publicar artículos atribuyendo el fracaso de la presidencia Obama en la burbuja que habían creado a su entorno un puñado de asesores, empezó a utilizar a menudo en sus mítines las historias personales de las misivas.
Según el presidente, en el sufrimiento expresado en las cartas por falta de una antención sanitaria adecuada encontró la determinación necesaria para impulsar una reforma que muchos dieron por muerta. El uso de estas historias le permitió a Obama personalizar un debate que transitaba a menudo por senderos abstractos, y acabar de ganar los apoyos que le faltaban.
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