Un pulso decisivo
Obama debe poner coto a la desafiante política israelí de asentamientos en Jerusalén
El encuentro en Washington entre Barack Obama y Benjamín Netanyahu ha servido para certificar las discrepancias entre Israel y su principal aliado y protector sobre la imparable colonización judía de Jerusalén Oriental. Más allá de la tensión circunstancial entre ambos aliados, la contumacia del primer ministro derechista está colocando a Obama en una posición límite. Si el presidente de Estados Unidos pierde un pulso sobre el que converge la atención mundial, no sólo está amenazada su política en Oriente Próximo, sino el conjunto de su agenda exterior.
Parecería que Netanyahu no cree en la solución de dos Estados, israelí y palestino, pese a sus declaraciones, y que por eso no detiene los asentamientos. El jefe del Gobierno israelí -que ya forzó a Obama a dar marcha atrás en su pretensión inicial de que se paralizase temporalmente la colonización para dar una oportunidad a la paz- prosigue la expansión en Jerusalén, donde ayer mismo se anunciaron más edificaciones. Su argumento sobre la eterna capital judía no se sostiene. Jerusalén Oriental no forma parte de las fronteras israelíes reconocidas antes de la guerra de 1967, y la ONU nunca ha convalidado su anexión. El anuncio hace un par de semanas de 1.600 nuevas viviendas, coincidiendo con la visita del vicepresidente estadounidense, constituye otra provocación que aleja aún más cualquier entendimiento con los palestinos. Netanyahu, sin embargo, sabe que la solución de los dos Estados es la única posible. Salvo que Israel quiera instaurar un nuevo apartheid, negando el voto a los palestinos que viven en los territorios ocupados; o acabar engullido por el crecimiento de una mayoría árabe que acabe con la identidad judía.
Para Obama, que inició su mandato con la intención de implicarse a fondo en el conflicto y ha apelado después a la reconciliación entre Occidente y el mundo musulmán, ha llegado la hora de trazar una línea roja. Washington entrega a Israel casi 3.000 millones de dólares anuales, además de ser garante último de su seguridad. Pero la intransigencia de Netanyahu y la aquiescencia práctica de la Casa Blanca socava la política estadounidense en una región crítica, inflama el antiamericanismo y acrecienta sus dificultades en Irak y Afganistán. Si Obama quiere reivindicar el liderazgo de EE UU, tiene que saltar a la arena con las irrevocables líneas maestras de un plan negociado entre Israel y los palestinos.
Leave a Reply
You must be logged in to post a comment.