A medida que pasa el tiempo, Israel tiene peores ideas sobre sus vecinos musulmanes. Enfrentamiento creciente con Turquía. Prohibición americana de atacar a Irán. Jordania es adversario débil, con el que Jerusalén aún dialoga. Pero el diálogo se ha deteriorado con Estados Unidos, también con la Unión Europea. La Unión, embarrancada en su crisis existencial, sigue siendo el primer donante de Palestina. Sin el dinero europeo, las esperanzas palestinas se hubieran evaporado hace años ya.
Desde 1990, nunca se ha sentido Israel tan cerca de la guerra. Avigdor Lieberman, ministro ultraderechista de Relaciones Exteriores en el gobierno de coalición de Benjamin Netanyahu, lo dice así en las reuniones internas de su partido. Más matizado pero más duro es Ehud Barak, ministro de Defensa en representación de los laboristas y general del ejército en la reserva. La lista es prolongable.
Estados Unidos y la UE se han distanciado de Israel. El cuarteto se ha cansado (Rusia, Naciones Unidas, EE.UU. y la Unión Europea). El incondicional apoyo americano, y el más condicional de la UE, no son ya lo que eran. Netanyahu ha intentado echar un pulso a Estados Unidos al edificar nuevos asentamientos en Jerusalén. Va a perder ese pulso. Europa, por su parte, era un actor activísimo en los proyectos de paz. Mientras Javier Solana fue Alto Representante (1999-2009), él y su equipo fueron una máquina incesante de producir expectativas de paz, enfrentamientos con los enemigos de la paz: no sólo en el terreno diplomático, también en el estratégico, económico, político. Hoy la actividad europea ha descendido a niveles mínimos. La señora Catherine Ashton, nueva Alta Representante, se dio, en Navidad, unos meses de reflexión y en ellos sigue, aunque el verano amenace con suceder a la primavera. La imaginación israelí, siempre atormentada por la sospecha, está de nuevo al rojo. Irak y Afganistán son, para América, guerras bajo control. Un incendio en Oriente Próximo podría ser incontrolable.
Las grandes zonas de conflicto (en el Jordán; en Cachemira) comparten un ángulo común, Irán. Al final Estados Unidos observa atentísimo, con todos sus ojos, espaciales, aéreos, de inteligencia militar. Robert Gates, secretario de Defensa, y el general James Jones, consejero de Seguridad de la Casa Blanca, duermen poco y mal.
El cuarteto ha sido un fracaso, especialmente desde que Tony Blair se convirtió en su gestor. Es notable lo que un antiguo primer ministro puede no hacer cuando decide vagar en un puesto de responsabilidad.
El panorama parece hoy inmóvil, como en las películas de John Ford, en un anochecer de calor sobre el Mississippi, cuando sólo se oyen los grillos y los vaqueros esperan sentados, mordiendo un palillo, en un bar, junto al río. Netanyahu ha repetido que el estado palestino no es para hoy ni para mañana. Siria parece decidida a lograr un calendario para la retrocesión del Golán, en poder de Israel desde 1967. El inexplicado apoyo saudí a Siria es un misterio, pero es. El viceministro israelí de Relaciones Exteriores declara, no sin desenvoltura: «En esta región, pagamos el precio de defender los valores de Estados Unidos».
Los tiempos de Oslo están lejos. El enorme avance allí conseguido demostraba que sí, que era posible una verdadera paz en un conflicto comenzado en 1948. Recordemos sólo a dos antiguos jefes de misión en Madrid, implicados en Oslo, Shamuel Hadas y Shlomo Ben Ami, ambos desaparecidos, el primero muerto en un accidente hospitalario, el segundo semiexiliado en España. La cotización de los negociadores baja. Sube la de Avigdor Lieberman.
Hoy fingimos que todo va. Y en Oriente Próximo casi nada va. Nunca Israel se ha sentido tan amenazado. Ni Palestina tan olvidada. Entre los diagnósticos del momento, este es el peor.
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