En una espléndida crónica, Mónica Bernabé explicaba ayer para elmundo.es, desde Afganistán, la labor que realizan los tanques americanos para impedir que los talibán siembren de bombas y otras trampas mortales las carreteras. Cuando tantas veces, a los americanos, se les llama imperialistas, no sé si la gente sabe que ésta suele ser su actividad: la de impedir que la gente se mate.
Cuando se habla de la guerra de Iraq, y se critica, y se quiere juzgar a Bush hijo por genocida, no sé si la gente recuerda que los líderes del mundo libre derrocaron a un tirano asesino e instauraron una democracia, y que aquello a lo que la izquierda irresponsable llama resistencia son terroristas fieles a Saddam, tal como si aquí quedara algún franquista poniendo bombas contra la democracia. No sé si cuando se critican los ejercicios militares que Israel está desarrollando estos días -sin atacar a nadie- la gente sabe que es la única democracia de la zona, que cuando a un país le niegas el derecho de defenderse le niegas el derecho a existir, y que cuando se cita a Hezbolá como fuente se está citando a unos terroristas cuya obsesión sigue siendo la destrucción de Israel y que desprecian la democracia y la libertad.
La libertad, la democracia y el progreso no han sido logros fáciles ni es fácil mantenerlos a salvo. Las amenazas son constantes. El islamismo es una amenaza incluso más grave de lo que fue el comunismo. Y no sólo para Israel y América sino para todos nosotros. Cada vez que Israel o América ganan una guerra nos alejan a los demás de la derrota, y cada vez que terminan con un tirano o que trabajan para pacificar una zona mejoran las condiciones de nuestra bahía de la tranquilidad, ésa que surcamos desde hace tanto tiempo y que consideramos que es un ‘derecho adquirido’ y olvidamos el deber de defenderla.
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