Obama and an Insubordinate General

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En Estados Unidos se dice que lidiar con el Pentágono equivale a pelear con un gorila de 300 kilos. El Presidente Barack Obama acaba de experimentar hasta qué punto el dicho es cierto. Stanley McChrystal, uno de sus generales clave a cargo de los 100 mil soldados estadounidenses y 40 mil de países de la OTAN en Afganistán, dio una entrevista a la revista Rolling Stone. En ella trata a integrantes del gobierno de payasos, amén de otros epítetos. En rigor, ningún funcionario público, en cualquier país, sobrevive en el cargo luego de semejantes despropósitos.

Pese a ello, a McChrystal no le faltaron abogados. Robert M. Gates, el secretario de Defensa, señaló que en estos momentos sería pernicioso para la delicada campaña afgana perder al autor de la estrategia aplicada. Fue, en todo caso, Gates quien propuso a McChrystal desbancando al general David D. McKiernan, que llevaba sólo un año en el cargo. En la oposición republicana, e incluso entre los demócratas, se alzaron voces que aconsejaban pasar por alto los insultos del uniformado.

McChrystal es un clásico militar que aplica la máxima de acatar pero no cumplir. Apenas asumió el puesto, exigió un refuerzo sustantivo de efectivos. Incluso amenazó con renunciar si no obtenía su exigencia. Luego recurrió a las consabidas filtraciones de documentos reservados a la prensa. En definitiva logró lo que quería: el gobierno accedió a enviar 30 mil hombres más. En todo caso las tácticas que bordeaban la insubordinación no pasaron inadvertidas.

Y esta vez Obama optó por exigirle la renuncia y puntualizó que el cuestionado artículo erosionaba la confianza y “minaba el control civil sobre los militares que está en el centro del sistema democrático”. El Presidente salió del brete con astucia al nombrar como sucesor al general David Petraeus, que cuenta con vasto apoyo en todo el espectro político, además de conocer bien la situación afgana. Petraeus contribuyó además a diseñar la estrategia para iniciar la salida de las tropas norteamericanas de Irak.

Las rencillas entre funcionarios civiles y militares estadounidenses expresan la creciente frustración ante una guerra que ya está en su noveno año. Las cifras de muertes de soldados norteamericanos son un indicador de las dificultades: en 2001, el año de la invasión, murieron 12 efectivos; en 2008, 295; en 2009, 521 y en lo que va corrido de este año ya han muerto 296. En total, han muerto mil 133 estadounidenses y 731 soldados de otras nacionalidades.

Afganistán no ha conseguido establecer un gobierno estable y legítimo. El Presidente afgano, Hamid Karzai, es cuestionado por muchos observadores de la comunidad internacional. Los británicos, que han perdido 307 hombres, han señalado por la boca de sus mandos que es una guerra que no pueden ganar por medio de la fuerza militar. Algo que Washington admite desde el momento que ha dado luz verde a Karzai para que negocie con algunas facciones de sus enemigos talibanes. En realidad la guerra en Afganistán ya desestabiliza una vasta zona de Pakistán. Ello al punto de que los mandos occidentales aluden al conflicto como Afpak, amalgamando a ambos países.

En lo que toca a los talibanes, que constituyen una de las agrupaciones más retrógradas del mundo, pecan del simplismo que brota de su fundamentalismo religioso. En su programa postulan que están en favor del bien y en contra del mal. En cuanto a la coyuntura, su vocero Yousuf Ahmadi declaró: “No nos importa si es McChrystal o Petraeus. Nuestra posición es clara. Lucharemos hasta que las fuerzas invasoras se vayan”. Quizás ha llegado la hora para que Washington y la OTAN no sólo cambien los mandos. Después de casi una década de lucha infructuosa convendría revisar la estrategia.

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