Inquietante futuro
La inestabilidad política y los ataques terroristas definen la situación que EE UU deja en Irak
30/08/2010
Mañana termina de manera oficial la presencia de Estados Unidos en Irak, siete años después de que sus tropas invadieran el país en marzo de 2003 y tras dejar atrás un inmenso reguero de cadáveres (casi 150.000 iraquíes han muerto y unos 5.000 soldados aliados) y una situación política explosiva. La retirada de la mayor parte de los efectivos que se encontró el presidente Obama cuando llegó al poder se ha ido realizando progresivamente, y hace unos días salían hacia Kuwait las últimas unidades de combate. Han quedado 5.000 soldados, pero su tarea no será ya, formalmente, la de combatir sino la de instruir y ayudar a las fuerzas iraquíes. Obama cumple así su promesa de terminar una guerra que no era suya y que Bush y sus aliados justificaron con la excusa del peligro de unas armas de destrucción masiva que no se encontraron nunca.
Pocos días después de que saliera la última división de Estados Unidos, una cadena de atentados terroristas dejó en el país un saldo de 64 muertos y 300 heridos. El aviso era diáfano: la insurgencia sigue allí y con los recursos suficientes para seguir golpeando con fuerza. Lo hace cada día, y ese goteo incesante de víctimas (500 muertos en julio: guardias de tráfico, jueces, policías…) confirma que la paz no es en Irak más que una quimera. El final de la dictadura de Sadam Husein y la llegada de la democracia, los logros que defienden los promotores de la guerra, quedan ensombrecidos cuando se constata que casi seis meses después de las últimas elecciones todavía no se ha elegido Gobierno: no hay manera de que las dos fuerzas ganadoras, los chiíes moderados del primer ministro Nuri al Maliki (89 diputados) y los suníes que apoyan a Iyad Allaui (91 escaños), consigan llegar a algún acuerdo. Un pacto con la tercera fuerza, el Consejo Supremo (ISCI), significaría un triunfo de Irán, lo que complicaría aún más las cosas.
La inestabilidad política, que se sostiene en una vieja rivalidad sectaria -del mismo modo que permanece en el norte la tensión entre árabes y kurdos-, es la corona de un país en ruinas: corrupción generalizada, alarmante falta de servicios (la energía eléctrica, en el mejor de los casos, funciona cuatro horas al día), inmensa desocupación (se habla de la mitad de la población activa en paro), destrucción de la agricultura, la sanidad y la educación… Y con unas milicias (suníes, chiíes, kurdas…), que la guerra deja armadas y dispuestas a tomar el poder.
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