Israelíes y palestinos negocian por enésima vez la salida al conflicto que les viene enfrentando casi desde hace un siglo por la soberanía de la misma tierra. Desde la Conferencia de Madrid, en 1991, todos los presidentes norteamericanos han intentado, cada uno a su manera, sentar a las dos partes hasta alcanzar la paz, sin que ninguno haya llegado a coronar sus esfuerzos con el éxito. Quien más cerca estuvo fue Bill Clinton, en los últimos meses de su mandato, pero sus intentos fueron desbaratados por la segunda Intifada.
De los avances realizados al final de su presidencia con un Gobierno laborista en Israel salen los llamados parámetros de Clinton, que incluyen la constitución de un Estado palestino y constituyen un legado imprescindible para quien quiera alcanzar la paz. Aunque Bush fracasó con su cumbre de Annapolis, un año antes de abandonar la Casa Blanca, hay que reconocer que su visión de los dos Estados conviviendo en paz y seguridad uno al lado del otro ha contribuido a que la opinión pública más conservadora, incluida la de Israel, asuma finalmente algo que no siempre se venía aceptando como es el derecho de los palestinos a un Estado propio.
Esta es la hora de Obama, cuya idea sobre el proceso de paz es el eje de una amplia estrategia de conjunto para la región que incluye la retirada de Irak, la contención del Irán nuclear y el desenmarañamiento de la rebelión talibán entre Afganistán y Pakistán, donde Al Qaeda mantiene sus cuarteles de invierno.
El desafío es probablemente excesivo, aunque Obama lo haya situado en lo más alto de sus preferencias. Cuenta ya con el boicot de los extremistas de uno y otro lado y con el escepticismo de la mayoría tras tantos fracasos. También con dificultades de toda índole: los actos de terrorismo contra los colonos, el bloqueo de Gaza, la continuación de los asentamientos, la división del campo palestino o la fragmentación política israelí, entre muchos otros. Sin olvidar las dificultades de Obama con su opinión pública conservadora, resentida por los fracasos de Bush y sus neocons y dispuesta a atizar el choque de civilizaciones antes que entregar un éxito a un presidente demócrata.
Es también lamentable la escasa visibilidad de los europeos en la conferencia inaugural. Solo han contado dos de los mayores socios de Bush en su guerra preventiva: Tony Blair, convertido en representante de la UE por desistimiento de los Veintisiete; y Aznar, con sus pullas contra Obama, al que acusa de favoritismo con los países islámicos, en sintonía con la extrema derecha norteamericana.
A pesar de esas dificultades, la necesidad ha abierto de nuevo una ventana para la paz. Las intervenciones del primer día, incluidas las de Netanyahu y de Abbas, y el plan de trabajo presentado por el experto y exitoso negociador que es George Mitchell, permiten esperar que esta vez no vuelva a cerrarse sangrienta y bruscamente como ha venido sucediendo en todas las ocasiones anteriores.
I have drawn attention f Mr Simon Peres about the anomaly in Israel’s creation. It being a profane state in that its founding father is on record having rejected God’s affirmation at the founding ceremony, its validation is in question. Zionists have apparently parted ways with God, forgetting that this happens to be the fault line of all Jewish misfortunes in past four thousands history. The Koran reminds Jews that if a mere whiff of the fire of hell touches them, they would cry out: “Woe unto us, we, indeed is the wrong-doers.” As in the past, the threat hovering over Israel might come in a way least expected by the Knesset. Peace for the Jews is intertwined with a devout faith in God. And there appears no sign of God lifting the exile before the coming of the Messiah. So, for who are the Zionists, building settlements?