WikiLeaks

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La filtración de más de 250 000 cables secretos del Dpto. de Estado norteamericano ha desatado una crisis diplomática sin precedentes que afectará profundamente las relaciones internacionales futuras y modificará los esquemas de interacción de los actores internacionales. De la misma manera que Watergate alteró para siempre la relación entre prensa y poder, el ‘Cablegate’ transformará definitivamente los circuitos diplomáticos y tejerá una cortina de desconfianza que limitará el flujo e intercambio de los países, particularmente con relación a los EE.UU. Para muchos la acción de Wikileaks es una conquista para la libertad de expresión y la transparencia; temo, más bien, que esto marcará un retorno al oscurantismo diplomático y a prácticas más encubiertas. Resulta demasiado iluso pensar que las relaciones diplomáticas se volverán transparentes -jamás lo han sido; jamás lo serán-y que el público tendrá, finalmente, acceso a los entresijos de la política internacional.

Este festín de secretos constituye la peor pesadilla para los gobiernos y una fantasía hecha realidad para periodistas e historiadores. El suceso muestra también como la Internet y la información digital van modificando las formas en que los poderes se entrelazan y se relacionan con sus ciudadanos y, sobre todo, la vulnerabilidad de la información digital. Si una filtración semejante puede ocurrir en EE.UU., imaginémonos lo que podría acontecer en un país como el nuestro. Estoy seguro de que una divulgación de los secretos de nuestra diplomacia desataría una tormenta en la Cancillería y que el festejo exultante de hoy frente a lo de Wikileaks se convertiría en drama y tragedia.

La difusión de los cables recién arranca por lo que habrá una comidilla planetaria durante los próximos meses. Muchos actores y gobiernos utilizarán la información de Wikileaks para desprestigiar a los EE.UU. y socavar su poder mundial. Entretanto, Julian Assange, Director de Wikileaks, personaje de dudosa moral -acusado de violación en Suecia- será perseguido judicialmente por todo el planeta. Varios gobiernos han anunciado la apertura de investigaciones para determinar posibles violaciones a sus leyes. Resulta incomprensible, entonces, que nuestro Vicecanciller, razonando como periodista y no como diplomático, haya celebrado la filtración y ofrecido residencia para Assange en el Ecuador, sin estimar los impactos en nuestras relaciones internacionales. Sus declaraciones circulan profusamente por todo el mundo y han generado una estela de calificativos que el Ecuador, ciertamente, no merece. Se entiende perfectamente que un historiador o periodista se muestre exultante frente a la apertura de archivos vedados al público. Resulta difícil comprender, en cambio, la reacción precipitada e inocente de un diplomático como nuestro Vicecanciller.

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