15 diciembre, 2010 – Lluís Bassets
¿Qué le pasa a José María Aznar?
Es muy difícil que quien ha tenido todo el poder pueda acostumbrarse a no tener ninguno. Y sin embargo, es la regla de la alternancia en democracia. Sirve para los gobiernos, del nivel que sea, y para los partidos. Dejar el poder en paz con uno mismo y con el mundo es más difícil que alcanzarlo. Y más difícil todavía es mantenerse luego en una distancia discreta y prudente de quienes tienen la obligación de ejercerlo o de aspirar a hacerlo. Los países de larga tradición democrática suelen codificar los comportamientos de quienes han ocupado el poder y no volverán a ocuparlo nunca más. No sucede lo mismo con las democracias todavía jóvenes donde a veces nos topamos con que quienes han dejado el poder nos dan lamentables espectáculos de una gran incomodidad incluso con sus propios conmilitones.
El artículo que José María Aznar acaba de publicar en The Wall Street Journal, y que Abc ha traducido al castellano, es la muestra redonda de un ex presidente que no ha sabido apartarse del camino ni acomodarse al nuevo papel que le ha asignado la vida. Ni respecto a su partido, ni respecto al Gobierno de España y a su presidente que, quiera o no, es su Gobierno y su presidente. Haría bien Aznar en seguir el ejemplo de su amigo George W. Bush, modelo de discreción, generosidad y elegancia, tanto en relación al presidente Obama como respecto a su partido y sus candidatos.
No le falta razón a Aznar en el diagnóstico sobre la situación de España, que es lo que ocupa el primer tercio del artículo y se resume en su interrogación: “¿cómo es posible que en sólo unos años mi país haya pasado de ser el ‘milagro económico’ de Europa a convertirse en su ‘problema económico’?”. Pero no tiene ninguna duda luego cuando se inventa el momento en que todo se echó a perder, que fue la llegada de Zapatero a La Moncloa. Como si él no tuviera nada que ver ni con un modelo de crecimiento económico muy anterior a 2004 ni con la deriva política cainita que se instaló en la política española con su mayoría absoluta. Como si todo empezara a rodar mal desde el momento en que su mano provindecial soltó el timón.
Es llanamente mentira que esta fecha de 2004 significara el abandono del “proceso modernizador que la sociedad inició hace más de 30 años”. Es una trola inventada para lectores anglosajones que Zapatero “rechazó el acuerdo plasmado en la Constitución de 1978 y rompió la estructura del Estado”. Cuando escribe que “diferentes regiones del país se enfrentaron unas a otras”, debiera reivindicar su esfuerzos personales y de partido para atizar el enfrentamiento, incluso cuando estaba en La Moncloa, organizando una guerra por el agua entre los territorios turísticos donde se estaba construyendo innecesariamente y a mansalva y los territorios que la necesitan para la agricultura y las zonas urbanas ya existentes. Sin contar luego con el boicot del cava o la recogida de firmas para realizar un referéndum ilegal contra el estatuto catalán.
Tiene gracia que Aznar critique “las intervenciones arbitrarias del Gobierno en la vida empresarial, con un desprecio flagrante por las reglas de juego, incluso las europeas”. Sus privatizaciones de empresas públicas sirvieron para crear una estructura empresarial partidista al servicio del partido del Gobierno. Su intervencionismo en las guerras televisivas y del fútbol, con trasgresión de legislación europea incluida, ha sido uno de los episodios más vergonzosos de interferencia gubernamental en el libre mercado, en abierta contradicción con las supuestas ideas liberales que predica.
Pocos gobernantes han hecho más que José María Aznar por dividir primero a los españoles y luego a los europeos. Recordemos su carta de apoyo a Bush y contra la vieja Europa, identificada con Francia y Alemania, en vísperas de la guerra de Irak (publicada, como este artículo, en el mismo diario conservador, propiedad de Murdoch). Recordemos su utilización del antiterrorismo como arma antinacionalista. Sin Aznar no hubiéramos tenido Carod. Sin la arrogancia del PP en su mayoría absoluta no habría habido tripartito ni Pacto del Tinell. Sin aquellos lodos aznáricos no hubiera habido esos polvos que Aznar critica.
Aznar alcanza las cimas del ridículo cuando hace observaciones sobre la pérdida de peso y de relevancia de España en el mundo. Pase que eche sobre Zapatero incluso las culpas de las políticas que hicieron los gobiernos del PP. Pero que le endose los cambios producidos por el desplazamiento de poder en el mundo va más allá de los pecados, que no son pocos, de Zapatero.
Aznar tiene una memoria selectiva y frágil. Su sionismo conservador y antiárabe, sobrevenido al dejar la presidencia, le ha hecho olvidar los besos y abrazos con Arafat y las promesas arrancadas a Bush de que resolvería el tema palestino. Como su defensa de la España unitaria pretende eclipsar sus concesiones fiscales a Cataluña y el País Vasco, su catalán hablado en la intimidad o sus palabras de reconocimiento del “movimiento de liberación nacional vasco”. Tampoco se acuerda de sus políticas de suelo y vivienda, que, junto a los bajos tipos de interés, fueron el auténtico origen de la burbuja inmobiliaria y de la crisis. Ningún recuerdo tiene, naturalmente, de sus numerosas contribuciones al déficit público, algunas mediante ingeniosas fórmulas de peajes en la sombra para obras públicas, que sirvieron para cumplir los criterios de Maastricht y entrar en el euro, pero han diferido el efecto deficitario sobre nuestro presente.
En algo vuelve a acertar Aznar en el último tercio de su artículo. Hay un amplio acuerdo sobre algunas de las recetas que hay que aplicar. Y de hecho, buena parte de las cosas que predica ya las está haciendo, aunque sea a regañadientes, el actual Gobierno, que Aznar tanto detesta. Pero hay dos cosas que no hace, ni sabe ni puede hacer el ex presidente: mirar primero cómo tiene su propio patio, las comunidades autónomas y las grandes ciudades endeudadas y cargadas de funcionarios donde manda el PP, y reconocer luego lo que ya se está haciendo en la buena dirección por parte de todos.
No hemos entrado todavía en el meollo del problema. ¿Qué ha pasado con Aznar? ¿Por qué hace esas cosas tan extrañas en políticos responsables y adultos? ¿Qué le conduce a atacar sin piedad alguna a su propio país desde las páginas de un periódico extranjero? Algunos creen que no puede resistirse a los diablos que tiene dentro y que le impelen a situarse en primer plano y robarle el protagonismo a Rajoy hasta hacerse imprescindible para su partido, pensando incluso en su regreso. Pero es posible que su actitud no sea fruto de una extrategia, sino de una situación personal más espontánea.
Aznar es consejero de News Corporation, el holding periodístico de Rupert Murdoch, y es constantemente solicitado y jaleado como uno de los líderes ultraconservadores más activos y radicales del mundo. Tiene un público fanático en las derechas norteamericana e israelí. Cada vez que mira al tendido y escucha los olés que levantan sus tomas de posición extremistas, hace un paso más a la derecha, aun a costa de desmentir sus anteriores políticas e ideas. Contempla, además, el mal ejemplo del Tea Party, el movimiento ultraconservador que actúa como tracción del republicanismo en Estados Unidos: a él le gustaría hacer un papel similar respecto al PP.
Hay dos cosas habría que pedir a los ex presidentes: que fueran humildes, discretos y generosos. En el caso de Aznar, como ya he dicho, bastaría con que tomara ejemplo de su amigo George. Pero, además, al ex presidente español habría que pedirle, sobre todo desde sus filas, primero que no obstaculice el regreso de su partido al Gobierno, y segundo, que no le impida a Rajoy pactar con los nacionalistas vascos y catalanes a los que casi con seguridad necesitará en el futuro.
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