El presidente de Estados Unidos llegó el martes pasado a El Salvador, procedente de Chile, donde había elogiado a América Latina por ser “una región en movimiento”, “lista para asumir un papel más importante en el mundo”. Y es obvio que en el grupo también incluyó el área de América Central.
Cuando arribó al vecino país, las naciones hermanas quedaron a la expectativa de lo que habría de anunciar a la gran región hispana, particularmente a Centroamérica. Y luego de sus reuniones protocolarias con su homólogo Mauricio Funes y de cumplir una no muy cargada agenda en el territorio salvadoreño, anunció algunos planes para el Istmo.
Una de ellos fue el ofrecimiento de $200 millones para impulsar un programa dirigido a combatir el narcotráfico, en apoyo a la seguridad, y planes orientados al tratamiento del problema de los inmigrantes.
Ciertamente, ofrecimientos de ese tipo, que avistan respaldo para los múltiples problemas regionales, son vistos con satisfacción, pero la expectativa que crea la llegada de un visitante de ese nivel, casi siempre es mayor.
En Guatemala y en el resto de países del Istmo, excepto El Salvador, ya había una sensación extraña cuando Barack Obama anunció que su periplo contemplaba este último país. Se interpretó como una exhortativa hacia quienes vivimos entrampados en absurdas batallas políticas, económicas y sociales.
Pero cuando se conoció el resultado del viaje, la incertidumbre fue mayor. Y es así como ahora se trabaja por querer entender el mensaje que el visitante quiso transmitirnos.
Honduras aún no convence con sus débiles maniobras para enderezar la nave que no termina de encallar con el gobierno de Porfirio Lobo. Nicaragua inspira desconfianza con las intenciones del mandatario Daniel Ortega, quien sólo parece estar trabajando para su reelección. Costa Rica es una nación que pocas veces se muestra amiga de la integración, por lo cual no puede considerarse referente para enviar mensajes de unidad.
Y Guatemala, inmersa por adelantado en una acre contienda electoral que llega hasta la violencia criminal, no parece ser el terreno fértil para dejar lecciones perdurables.
De modo que sólo El Salvador, con indicios de sostener una política económica relativamente estable y de una administración que ha dado muestras de querer progresar, pareció ser el mejor sitio desde el cual Obama llamó nuestra atención, con el fin de que nos preocupemos más por resolver los grandes problemas que nos agobian y que sólo sirven para estorbar nuestro desarrollo.
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