Between the Relief and a Storm of Criticism

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Para la mayoría de los norteamericanos amenazados, el anunciado Apocalipsis de ayer derivó en apenas una gris mañana con algunas gotas de lluvia en la ventana; tan tímidas que, poco antes del mediodía, ya se habían secado y dado paso a una tentadora invitación al paseo. ¿Dónde estaba Irene, el temporal que prometía hacer historia y sembrar una atemorizante ola de destrucción en la costa este?

A media mañana, el cielo se despejó, pero el huracán -ya degradado en una tormenta tropical- persistía en los discursos político y televisivo. Periodistas con campera de lluvia transmitían con rostro severo, paradójicamente, rodeados de personas que, en bermudas, paseaban distendidas y saludaban a la cámara, mientras los políticos insistían en el discurso del miedo.

Poco valió el mensaje tranquilizador de las agencias oficiales de meteorología y de control de catástrofes.

“Las cosas tienen mejor aspecto para Nueva York de lo que habíamos previsto”, admitió, apenas despuntó el día, la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA). Cambiaba radicalmente así su discurso del viernes, cuando había hablado de hasta uno y dos metros de agua en las veredas de Manhattan y Brooklyn.

Pronto se instaló el debate sobre si la clase política, desde el presidente Barack Obama para abajo, había sobreactuado los riesgos.

Buena parte de los dardos cayeron sobre el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, que paralizó el transporte público horas antes de que cayera la primera gota.

Las redes sociales ardieron. Miles de comerciantes y empresarios lamentaron las pérdidas de un fin de semana de inactividad.

“¿Cree que hubo sobreactuación de las autoridades con la tormenta?”, fue la pregunta central de una encuesta que se puso en marcha ayer.

En el nivel político, el debate estuvo atado por el pasado: los republicanos poco pudieron decir, atrapados, todavía, por el estigma de la lenta reacción del ex presidente George W. Bush al desastre del huracán Katrina. Los demócratas, en tanto, respiraban con el alivio del refrán popular que dice “mejor equivocarse por hacer que por no hacer”.

Todos tenían una carga sobre sus espaldas. A Bloomberg se le cuestionó cierta inactividad durante las grandes nevadas del invierno pasado, mientras que a Obama se le atribuyó “lentitud de reflejos” con el vertido de petróleo en el Golfo de México.

Al igual que cientos de jefes comunales, no estaban dispuestos a tropezar con la misma piedra. Los próximos días dirán si tropezaron con otra. Mientras tanto, sin esperar permiso, los espectáculos de Broadway anunciaron que vuelven a la actividad, lo mismo que Wall Street.

No todo fueron pérdidas. Muchos vieron en la histeria una oportunidad para hacer negocio. Entre ellos, las compañías de seguros, que reforzaron la venta de pólizas, así como las empresas de servicios de limpieza y desagote, que reforzaron sus publicidades en los programas que describían el terror. Los taxistas de Nueva York también se hicieron su agosto, ante la parálisis del transporte.

Buena parte del debate se centra en la puja por los fondos públicos. En el sur de Estados Unidos, hay temor a que la cuenta del gigantesco operativo de prevención por Irene postergue la financiación de los trabajos de reconstrucción en ciudades que sí fueron, efectivamente, afectadas por catástrofes naturales. Entre ellas, Joplin, en Missouri, devastada en mayo pasado por una serie de tornados que costaron la vida a 123 personas.

El paso de Irene dejó una sensación de alivio. Millones de norteamericanos se lanzaron ayer a caminar en una suerte de “turismo postormenta”, preguntándose hasta qué punto habían sido bendecidos por la suerte. O manipulados por la exageración.

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