The United States Looks Once More toward Latin America

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El inicio de la nefasta guerra contra el terrorismo, inspirada en los acontecimientos del 11 de septiembre del 2001 y apoyada por la revolucionaria y cuestionada teoría Bush sobre la legítima defensa preventiva, paradójicamente, representa para América Latina la apertura de una década de cambios en todos los niveles, que dio como resultado la revitalización de la zona en términos económicos, surgimiento de “potencias regionales” que, como Brasil y Chile, han sabido sortear las crisis y la alineación de una serie de factores que han producido cambios positivos para la región.

A partir del 07 de octubre del 2001, cuando los Estados Unidos inician la operación “Libertad Duradera” o, dicho de otra manera, cuando invade a Afganistán, América Latina comenzó a sentir los embates colaterales de esta guerra al afectarse negativamente el comercio y la inversión estadounidense en la zona y al producirse una reducción inmediata en las partidas presupuestarias que por lo general destinaba esta potencia a programas de cooperación, desarrollo e intercambio comercial.

Esta nueva realidad en las relaciones Norte-Sur parecían colocar ineludiblemente a América Latina en la vía hacia una obligada repetición de lo acontecido en la década de 1980-90 o lo que muchos llaman “la década perdida”. No obstante, los países latinoamericanos parecen haber aprovechado la experiencia que deviene de los fracasos y en esta oportunidad han capitalizado el hecho de que los Estados Unidos tenían puesta su atención en otras partes del mundo para dar pasos indiscutibles de avance en lo referente a lo diplomático, político y muy especialmente en lo económico.

Existe actualmente en América Latina, basado en esta tendencia autonomista, una reafirmación del sentido de independencia e identidad soberana, al punto de que en muchos países han sido electos mandatarios que representan líneas ideológicas que para los Estados Unidos parecen a veces odiosas y se han establecido relaciones diplomáticas y comerciales con naciones que merman la incidencia del gigante del norte en la zona, pero que sin embargo, como en el caso de las relaciones con China, países del Oriente Medio y otras potencias emergentes, han servido de pie de amigo para que las naciones latinoamericanas lograsen sortear con relativo éxito la crisis financiera del 2008 que, dicho sea de paso, todavía golpea de manera despiadada a los EE. UU, a la Eurozona y a gran parte del mundo.

Esta realidad, en la que Estados Unidos ha perdido toda una década en términos de influencia directa en los países de Latinoamérica y el Caribe, al parecer ha despertado la voz de alarma en los más altos estamentos de la política norteamericana, pues, sobre todo ahora que se acercan unas elecciones presidenciales en las que el voto de los inmigrantes latinoamericanos será decisivo, ambos partidos, tanto el republicano como el demócrata, no pueden darse el lujo de dejar olvidado a los países de donde proviene este importante segmento de electores.

En ese tenor, en un franco cambio de actitud hacia el Sur y tratando de preservar su influencia en la zona a partir de las relaciones con los países aliados, este miércoles el Congreso estadounidense, en clara avenencia entre republicanos y demócratas, ha aprobado sendos acuerdos de libre comercio con Colombia y Panamá, los cuales habían sido negociados casi seis años atrás y aun no habían logrado la aprobación correspondiente; al tiempo de que hace tan solo unos días, el presidente Obama nombró a Roberta Jacobson como Secretaria Adjunta para los Asuntos de América Latina, cargo que permanecía vacante desde la renuncia en julio de Arturo Valenzuela.

Para finalizar, no está de más mencionar el cariñito de Obama hacia los hispanos, con la reciente designación de Shakira como asesora en temas de educación para inmigrantes latinoamericanos en los Estados Unidos.

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