El antiimperialismo de la Guerra Fría es, con todo y los abusos en que incurrieron Gobiernos estadounidenses, un asunto del pasado. La manipulación y el romanticismo tuvieron mucho que ver con la satanización de todo lo que oliera al Tío Sam. Hasta la asistencia más inofensiva y mejor intencionada se inscribía dentro de un plan de dominación y lavado de cerebro con el propósito de impedir cualquier atisbo de protesta social. Estados Unidos fue el gran monstruo hasta que los paradigmas del socialismo comenzaron a derrumbarse en la medida en que, como la piel de zapa, enseñaban su verdadero rostro. En tanto los que han sobrevivido, como el caso de China, ha sido sobre la base de las teorías del capitalismo. En la medida que el velo se ha corrido más se valora la asistencia de una potencia, gracias a la cual es mucho lo que se ha avanzado en el ordenamiento político y administrativo, sin hablar de las muchas familias que han cambiado radicalmente sus condiciones de vida. Antes que satanizarlo por su apoyo a luchas sociales en favor del sistema educativo, contra la corrupción, y el adecentamiento del Poder Judicial lo que se tiene es que congratularlo. Se trata del tipo de intromisión que cualquier nación agradece de otra más desarrollada. Lo que pasa es que como no conviene a intereses políticos nos surge ese patriotismo de pacotilla. Por su desarrollo social y económico y la solidez de sus instituciones Estados Unidos es el espejo del mundo. Y si esa gran nación nos puede dar una manito en aspectos que en verdad necesitamos no tenemos más que agradecérselo. En ocasiones se valora mucho cualquier elogio. ¿Qué no daría cualquier dominicano, incluyendo al presidente Leonel Fernández, por una cita con Barack Obama o por participar en un encuentro con su esposa Michelle? Siempre que sea en favor del bienestar y el desarrollo cualquier intromisión será positiva.
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