Chen Guancheng es un activista chino por los derechos humanos, que ha centrado su protesta contra los abortos y esterilizaciones forzadas para cumplir con la política de China de un niño por familia.
Esta protesta le valió en 2006 una sentencia a cuatro años de prisión, bajo acusaciones de daños a la propiedad y alteración del tránsito, no sin que la víspera del veredicto sustituyeran por defensores del Estado a sus abogados, detenidos hasta culminado el juzgamiento. El más reciente capítulo de este drama incluye la fuga de Chen de su confinamiento domiciliario, donde lo tenían aislado de su familia y de la prensa para buscar protección en la embajada norteamericana en Beijing y, sobre todo, un teléfono desde el que pudiera denunciar su persecución al Washington Post. Recientemente, en la antesala de una cumbre bilateral entre Beijing y Washington para tratar asuntos estratégicos, Chen dejaba su temporal refugio diplomático bajo las afirmaciones de las autoridades chinas de que no habría repercusiones legales en su contra, y la promesa de la Casa Blanca de permanecer vigilante de su caso, que no es excepcional sino representativo de un problema sistémico de China frente a los derechos humanos.
Frank Wolf ha recordado, en un artículo publicado el 30 de abril en Foreign Policy, que Ronald Reagan, republicano, hizo de la libertad religiosa y los derechos humanos elementos indisolubles de todo aspecto de la relación bilateral con la Unión Soviética durante los momentos más álgidos de la Guerra Fría, precedente que pone a prueba la posición actual de la Casa Blanca, al mando de un demócrata, frente al dilema que plantea el caso Chen. En efecto, ante la protesta combativa de China, calificando el gesto de Washington hacia el activista como una interferencia inaceptable en sus asuntos internos, el inminente diálogo sobre seguridad y estrategia bilateral podría haberse comprometido si la protección por razones humanitarias se prolongaba o escalaba a un asilo. Así que Chen, quien ha denunciado amenazas contra su familia, ha debido dejar la protección diplomática, la cual también parece haber cedido ante las consabidas razones de Estado.
El drama de Chen, como el de Lu Xiaobo -que recibió en 2010 en prisión el Premio Nobel por su lucha pacífica por los derechos humanos y por pedir la terminación de un régimen comunista de partido único-, y de tantos otros presos y perseguidos políticos, recuerda una vez más la situación de las libertades en China, inversamente proporcional a su desempeño en términos de crecimiento económico. Oriente, donde se ubican 5 de los 10 países con mayor crecimiento económico en los últimos años, en general está caracterizado por el autoritarismo y la intolerancia.
En contraste, desde Cuba hasta la China, desde la Europa de la Segunda Guerra Mundial hasta la Venezuela del Siglo XXI, Norteamérica ha sido, con todos los estigmas que le atribuye la literatura política, el destino preferido de quien emigra en busca de libertad. Si los demócratas de la Casa Blanca no ponen en orden sus prioridades, podrían empañar esta marca. (HOY)
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