OPD 8/22 Edited by Jonathan Douglas
BARACK Obama, presidente de Estados Unidos, ha trazado una línea roja en el conflicto armado que desangra Siria: si el régimen de Bashar el Asad “mueve o usa” su arsenal químico -uno de los mayores de Oriente Medio, integrado por gases mostaza, sarín y de cianuro-, EE.UU. intervendrá en la guerra. Las razones de Obama para tomar esta decisión, que ya apuntó semanas atrás y confirmó categóricamente el lunes, son de varios órdenes. Por una parte, humanitarias: la represión de Bashar el Asad contra sus ciudadanos ha causado ya más de 23.000 muertos (la mitad, civiles) y millón y medio de desplazados a países vecinos, según la ONU. Por otra parte, son estratégicas: EE.UU. e Israel temen que estos gases letales caigan en manos de la milicia chií de Hizbulah o de grupos yihadistas que operan en la guerra siria, infiltrados entre los rebeldes. Fuentes de la diplomacia judía han advertido que, si se ve acorralado, El Asad podría dar acceso a sus armas químicas a Hizbulah, y este grupo podría lanzarlas sobre Israel mediante misiles. La expansión del conflicto más allá de la frontera siria sería ya, en tal supuesto, un hecho.
El anuncio de Obama marca un antes y un después en la posición de EE.UU. ante el conflicto sirio. Hasta ahora, Washington había mantenido un perfil relativamente discreto. El recuerdo de Iraq y Afganistán, la proximidad de las presidenciales de noviembre y una doctrina política más respetuosa en las relaciones con el mundo islamista eran motivos que así lo aconsejaban. Pese a que no escasean los partidarios de una intervención, especialmente entre los rivales de Obama.
Por todo ello, EE.UU. se había limitado hasta la fecha a trabajar con discreción en favor de los rebeldes, cohesionando sus facciones, proporcionándoles ayuda médica, información o incluso armas, y elaborando planes de transición. Pero el conflicto se complica día a día. Lo que empezó siendo una revuelta en línea con otras de la primavera árabe se ha convertido en una guerra plagada de elementos radicales, en la que la no intervención podría acabar teniendo peores consecuencias que una intervención limitada.
Queda ahora por ver en qué se concretaría la intervención norteamericana. Voces cualificadas del Departamento de Estado la condicionan a la colaboración de países como Turquía o Israel y recomiendan centrarse en el apoyo naval o aéreo a los rebeldes, evitando el despliegue de tropas propias sobre el terreno. Y, por supuesto, queda por ver qué efectos tendría. Porque este tipo de operaciones suelen ser, por más que se asegure lo contrario, de consecuencias incontrolables.
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