El mayor fiasco que surge de todos estos trágicos acontecimientos en torno al video antimusulmán es por supuesto el del presidente Barack Obama. Años de comprensión hacia corrientes radicales y gestos de desaire hacia Israel para simular equidistancia entre judíos y árabes no le han servido de nada. Estados Unidos está tan acosada estos días como en los peores momentos, no ya de George Bush, sino de Jimmy Carter. Su conocida política de «aproximación comprensiva» daba a entender que la agresividad de los enemigos de EEUU en el mundo islámico se debía poco menos que a un malentendido. Que una vez supieran todos que el malvado George Bush no mandaba ya en Washington esto acabaría corrigiéndose. Semejantes disparates tienen un precio, aunque no hayan sido expresados con claridad y siempre fueran sólo un mensaje difuso.
La necesidad expresa de armonía siempre la interpreta este tipo de enemigo como una debilidad. Otro fiasco considerable es del de los islamistas «moderados» que tras acceder a las instituciones han creído podrían controlar a los salafistas dándoles ciertos campos de actuación e impunidad para evitar conflictos. Estos no dejan de conquistar espacios por la fuerza y con máxima brutalidad y franqueza. En Túnez, Egipto y Libia pero también en otros puntos del mundo islámico, la pujanza del salafismo se ha convertido en una auténtica peste que los gobiernos, islamistas o no, y los países occidentales, parecen no querer reconocer. El tercer fiasco es el de las democracias occidentales que acompañan a Obama en sus errores de apreciación y compiten en la negación de su propio problema islamista interno.
Las detenciones ahora en Bélgica u otros países occidentales no son más que reacciones espasmódicas de unos Estados de derecho cuyas policías saben que les están colocando una inmensa bomba en el sótano pero creen aun poder ir postergando la alarma. Y por eso no hay una política de la UE para combatir abiertamente el salafismo que no es una religión sino puro fascismo con literatura teológicas. Se permite, Alemania es el último caso extremo con sus 28 millones de coranes, una política de proselitismo que más que incisivo es una agresión a los musulmanes moderados. Mucho fiasco ante una amenaza ya inmediata. De un enemigo total que no conoce y se niega, por naturaleza, a cualquier compromiso.
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