Uno de los tópicos más habituales sobre la sociedad norteamericana es el de su desinterés por lo que ocurre fuera de sus fronteras, y uno de los lugares comunes más frecuentes sobre las campañas electorales en Estados Unidos es el de que la política internacional no cuenta lo más mínimo. Ciertamente, la situación mundial no es lo primero que tienen en mente los 100.000 votantes de Ohio y Florida que, en última instancia, decidirán el nombre del próximo presidente. Pero la política exterior es un aspecto determinante en la creación de la imagen que el público se hace de un candidato —por tanto, de sus posibilidades de victoria— y es la razón por la que los resultados de las elecciones en este país tienen consecuencias planetarias. Fue un asunto internacional, el ataque del mes pasado en Bengasi, el que más rotundamente decantó la balanza a favor de Barack Obama en el debate de esta semana en Nueva York, y será la política exterior el tema central del debate de mañana en Boca Ratón, el último y, tal vez, el decisivo para el 6 de noviembre.
Un estudio reciente del instituto Foreign Policy Initiative demuestra hasta qué punto los estadounidenses se sienten parte del mundo y rechazan el aislacionismo que promueven algunos sectores políticos, tanto de la izquierda como de la derecha: un 92% de la población cree que su país debe desempeñar un papel en el escenario internacional y más de un 85% considera que Estados Unidos es una fuerza promotora del bien para la humanidad.
El presidente tendrá que decidir si da luz verde a una guerra con Irán con potenciales consecuencias catastróficas
Aunque el mundo ha cambiado notablemente desde que Washington quitaba y ponía Gobiernos en otros países a su antojo, es evidente que Estados Unidos sigue teniendo gran influencia en la marcha de los acontecimientos en distintas regiones, y que algunos focos de conflicto están a la espera de los resultados de estas elecciones para pasar a una nueva fase. El caso más claro es el de Irán, sobre el que el próximo presidente tendrá que decidir si da luz verde a una guerra con potenciales consecuencias catastróficas.
Pero ese no es el único ejemplo. Las recientes tensiones surgidas en Asia por el temor al expansionismo de China, la decantación de Rusia hacia un régimen más o menos democrático, la evolución de la primavera árabe, dependen, en mayor o menor medida, de la política que se adopte en la Casa Blanca. Incluso en un territorio de mayor autonomía, como es Europa, ha habido en estas semanas rumores creíbles de que Obama había presionado a los líderes de la Unión Europea para que esperasen al 6 de noviembre para tomar una decisión sobre Grecia. En América Latina, donde el declive de la influencia norteamericana es más ostensible, es muy posible que el próximo presidente de EE UU tenga que enfrentarse al comienzo de la transición en Cuba.
Aunque no votan, los ciudadanos del mundo se van a ver, por tanto, afectados por lo que decidan las urnas aquí, y los efectos pueden ser diferentes si gana Obama o gana el candidato republicano, Mitt Romney.
La política exterior de Estados Unidos responde, por supuesto, a intereses generales muy bien definidos que no se ven drásticamente alterados por la llegada de uno u otro al Despacho Oval. La protección de la economía de libre mercado, la promoción de los derechos humanos, la confluencia de valores con Europa o la defensa del Estado de Israel, son principios que se mantienen constantes. Pero la aplicación práctica de esos principios puede dar lugar a políticas diametralmente opuestas. Tanto George W. Bush como Obama enarbolaron la bandera de la democracia, uno para invadir Irak y otro para apoyar la revolución en Egipto.
Es difícil anticipar cómo puede ser un segundo mandato de Obama y, mucho más, pronosticar la política exterior de Romney. Obama evolucionó desde una política más visionaria y ambiciosa —su discurso de El Cairo al mundo islámico, su intervención en Praga a favor de un mundo sin armas nucleares…— hacia una más pragmática y realista —su alejamiento del conflicto palestino-israelí, su silencio habitual ante los atropellos a los derechos humanos en China o su tolerancia con el comportamiento de los regímenes dinásticos del Golfo árabe—. La tradición dice que los presidentes norteamericanos suelen dedicar más tiempo a la política internacional en sus segundos mandatos, con la vista puesta en la historia y no en Ohio. Fue en su segundo mandato en el que Bill Clinton hizo ese esfuerzo desesperado, aunque inútil, por conseguir los acuerdos de Camp David. Fue en su segundo mandato cuando Ronald Reagan emprendió con Mijaíl Gorbachov el camino que acabó con la caída del muro de Berlín.
Para su segundo mandato, Obama tendrá que resolver antes que nada la duda sobre su secretario de Estado. Hillary Clinton, que ha sido valorada como una de las mejores de la historia en ese cargo, ha anunciado que no tiene intención de continuar. La que hasta ahora era considerada como su más probable sucesora, la embajadora en la ONU, Susan Rice, ha salido muy quemada de la polémica sobre si la Administración reaccionó correctamente tras el ataque que le costó la vida al embajador norteamericano en Libia. En una intervención en televisión, varios días después del suceso, Rice lo atribuyó a “la furia espontánea” por la película sobre Mahoma, aunque después se supo que el ataque había sido premeditado y bien planificado. Eso ha arruinado muchas de las posibilidades de Rice de ser secretaria de Estado, probablemente la opción preferida por Obama, y ha abierto un vacío que no será fácil de llenar. No va a ser sencillo para nadie calzar los zapatos de Hillary Clinton.
Romney, por su parte, es un total neófito en política exterior, lo que hace su presidencia aún más impredecible. Obama, al menos, escogió como vicepresidente a Joe Biden, un experto que presidía el comité de relaciones exteriores del Senado. Paul Ryan, en cambio, está aún más verde que su compañero de candidatura. Entre las 200 personas que integran el comité de asesores de Romney en política exterior figuran la hija de Dick Cheney, Elizabeth Cheney, digna heredera de la posición ideológica de su padre; Robert Kagan, el famoso intelectual conservador; Elliott Abrams, que fue responsable de la política centroamericana de Reagan y viceconsejero de seguridad nacional de Bush hijo, y John Bolton, embajador en Naciones Unidas durante la anterior Administración y uno de los más apasionados miembros del movimiento neocon. Pero en el entorno de Romney están también moderados como Condoleezza Rice, a la que invitó a uno de los principales discursos de la Convención Republicana, y Robert Zoellick, que fue subsecretario de Estado y responsable del comercio exterior con Bush y que ha sido nombrado al frente del equipo que hará la transición con la actual Administración en el caso de una victoria republicana.
La política internacional es el único campo en el que la Constitución estadounidense concede al presidente poderes casi absolutos, excepto el de declarar la guerra. Bush abrió Guantánamo, organizó una red de cárceles secretas en varios países, autorizó torturas y espionajes, respaldado por los instrumentos legales de los que disponía en su mano, aunque sea discutible su correcta interpretación. Obama ni siquiera solicitó la autorización del Congreso para lanzar el bombardeo contra Muamar el Gadafi. Aunque la oposición se lo reclamó, el presidente adujo que aquello no era una guerra y que, por tanto, no estaba sujeto a la obligación constitucional de someterse al poder legislativo.
Con esta nueva concepción de sus poderes, el próximo presidente, que es también comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, tendrá por delante un mundo que diseñar según su criterio y unos conflictos inmediatos a los que responder de acuerdo con su particular instinto. Repasemos los más sobresalientes.
Europa
El crecimiento de EE UU se ha visto lastrado por la crisis europea, en la que este país no tiene cómo intervenir de forma directa, aunque sí ejerce influencia indirectamente. En el último año, Obama ha actuado de contrapeso de la canciller alemana, Angela Merkel. Un convencido del papel que el Estado puede jugar como motor de la economía, el presidente norteamericano ha alentado a los líderes europeos, con los que ha mantenido contacto telefónico casi a diario, a favorecer una mayor inversión pública para crear empleo o una acción más contundente del Banco Central Europeo para proteger el euro. Reforzado por una victoria electoral, Obama se encontraría en una mejor posición para insistir en esa línea, así como para promover un esfuerzo coordinado con Europa para evitar una desaceleración de la economía mundial.
Obama es un convencido del papel del Estado como motor de la economía. Romney no cree en ello ni en Europa
Romney no solo no cree en ese papel del Estado sino que no cree siquiera en Europa. “Veo a nuestro presidente haciendo las cosas más y más como en Europa, y yo no quiero que seamos como Europa”, dijo en un acto electoral el pasado mes de agosto. Forzado por la realidad de que tiene que contar con Europa, Romney se sentiría mucho más identificado con las ideas de Merkel que con las de cualquier otro, y, si es consecuente con su pensamiento, animaría a los europeos a profundizar en la línea de reducción de su Estado del bienestar.
Un elemento de menos impacto inmediato, pero significativo, es el de la identificación emocional y política entre Europa y Estados Unidos, el eje esencial sobre el que gira Occidente. Con Obama, después del peligroso alejamiento ocurrido durante la presidencia de Bush, ese eje se fortaleció y dio lugar a éxitos como el de Libia. Con Romney, ese afecto, probablemente, estaría de nuevo en peligro. Según una encuesta realizada en Alemania, Francia y Reino Unido, publicada el mes pasado por el diario The Guardian, solo un 5% de la población de esos países ve con simpatías la victoria de Romney.
Irán
Obama ha sido hasta ahora un factor de contención del deseo del Gobierno de Israel de atacar cuanto antes a Irán para paralizar su programa nuclear. La posición de la actual Administración es la de que todavía existe margen para la negociación porque Irán está aún lejos de producir una bomba atómica. Presionado por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, Obama ha llegado hasta advertir que EE UU impedirá por cualquier medio que Irán llegue a poseer ese armamento, pero la capacidad de presión de Netanyahu sobre Obama disminuye en un segundo mandato.
Romney no ha aclarado qué haría él respecto a este asunto. Ha criticado a Obama por permitir a Irán seguir desarrollando su programa nuclear y por enfrentarse a Netanyahu, pero, en cuanto a iniciativas propias, solo ha dicho que aplicaría sanciones más fuertes contra el régimen islámico.
Siria
Obama ha asegurado que el régimen de Bachar al Asad acabará cayendo, pero se ha opuesto hasta ahora a una intervención militar o a facilitar armas a los rebeldes. No se esperan cambios inmediatos después de las elecciones, aunque el desarrollo de los acontecimientos, especialmente el riesgo de un enfrentamiento entre Siria y Turquía, puede obligarle a tomar decisiones arriesgadas.
Romney se ha manifestado dispuesto a suministrar armamento a la oposición siria a través de Turquía y Arabia Saudí, y ha anunciado que actuará en esa crisis al margen del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, donde China y Rusia vetan actualmente todas las medidas contra Siria.
Conflicto palestino-israelí
Es una misión pendiente para Obama. En los primeros días de su Administración, presentó la solución de ese conflicto como la piedra angular sobre la que reconstruir las relaciones entre Occidente y el Islam. Frustrados todos los intentos hechos hasta ahora, es posible que Obama, liberado del peso de otras elecciones, dedique nuevas energías a favorecer la paz entre palestinos e israelíes.
Romney ha anticipado ya que no piensa gastar su tiempo en eso. Según ha dicho, “los palestinos no tienen interés alguno en hacer la paz”, por lo que su principal labor sería la de reforzar los lazos con Israel, supuestamente debilitados durante esta Administración.
China
No son previsibles grandes cambios con Obama, aunque China tendrá un nuevo liderazgo a partir del próximo año, y eso puede dar lugar a algunas variaciones en la agenda tradicional entre las dos naciones. Uno de los aspectos más delicados de esa agenda es el de la presencia militar norteamericana en el Pacífico. La actual Administración ha advertido que, no solo no tiene intención de disminuirla sino que piensa aumentarla, con la movilización permanente de otro portaviones a esas aguas, donde actualmente se concentran diferentes focos de tensión regional.
En el pasado debate electoral de Nueva York, Romney prometió que el primer día de su presidencia firmaría un documento que declare que China está manipulando artificialmente su moneda para perjudicar a EE UU. Eso es el anuncio de una guerra comercial que puede tener repercusiones en todas las áreas en las que las dos mayores potencias del momento están obligadas a entenderse.
La relación con China está, además, sometida a cualquier variación del comportamiento de Corea del Norte, un régimen imprevisible en posesión de armas nucleares.
Rusia
Gane quien gane en noviembre, el horizonte de una difícil relación con Vladímir Putin parece inevitable. En el caso de Obama, porque va a sentir la presión de su propio partido y sus propios congresistas, que reclaman denunciar con más claridad el retroceso democrático que se está produciendo en Rusia. En el caso de Romney, porque él mismo definió a Rusia como “el enemigo geopolítico número uno”.
Afganistán
Obama, con el refrendo de la OTAN, ha señalado ya el final de 2014 como el límite para la presencia de tropas norteamericanas en ese país. No es probable que Romney, aunque haya criticado el establecimiento de plazos artificiales para la guerra, modifique esos planes.
América Latina
México es el segundo mayor socio comercial de EE UU, y su influencia económica, política y de seguridad en este país está creciendo. Pese a que no figura entre las prioridades de la campaña electoral, más que como referencia al origen de la mayor parte de los inmigrantes ilegales, México será un asunto del que tendrá que ocuparse el próximo presidente norteamericano, quizá el único país verdaderamente estratégico de América Latina para EE UU. Respecto al resto, no son previsibles grandes variaciones con respecto a la retórica vacía que ha dominado durante esta Administración. Obama y Romney coinciden en la promoción de acuerdos comerciales en esta región.
El horizonte de una relación difícil con Rusia parece inevitable. Para Romney, es el “enemigo geopolítico”
Cualquier modificación de la política exterior de Estados Unidos está condicionada por la realidad de sus problemas económicos. La muerte del embajador en Libia se produjo poco después de que los republicanos en el Congreso introdujeran una propuesta para reducir el presupuesto de seguridad en todas las Embajadas. El dinero va a condicionar el grado de la penetración en el Pacífico y de la reducción de instalaciones militares en otras regiones, incluida Europa.
El dinero va a condicionar también la capacidad de intimidación de las Fuerzas Armadas. Obama ha propuesto una reducción del presupuesto de defensa de 350.000 millones de dólares en la próxima década. Romney se opone. Promete reducir el déficit sin quitar un céntimo al Pentágono. Esa sería su primera batalla en la Casa Blanca.
En ese y en otros frentes, en aquellos en los que la voluntad de los protagonistas locales está condicionada por el rumbo de los vientos internacionales, habrá que esperar al 6 de noviembre.
El programa exterior republicano
– Considera, dentro de la línea del sionismo tradicional, que Jerusalén es la capital de Israel. Promete recortar la ayuda humanitaria de EE UU a los palestinos si siguen buscando de forma unilateral el reconocimiento a su Estado en el seno de Naciones Unidas.
– En Latinoamérica, Romney quiere crear una Campaña para la Oportunidad Económica, para estrechar lazos con socios como Colombia, Chile o México, “y marcar un claro contraste con los males de los modelos autoritarios socialistas de Cuba y Venezuela”, según su programa.
– Una promesa muy repetida en sus actos de campaña es que en su primer día en la Casa Blanca denominará a China formalmente como una nación “que manipula su tipo de cambio”. Romney cree que de ese modo, Pekín facilita las exportaciones y protege sus manufacturas.
Respecto a Irán, Romney quiere incrementar las sanciones económicas de EE UU, para asfixiar al régimen. Además, promete que la opción de una intervención militar, si todo lo demás falla, será más fuerte y más real que con el presidente Obama.
El programa exterior demócrata
– Como hizo en el caso de la guerra de Irak, Obama ha prometido retirar todas las tropas de Afganistán antes del fin de 2015. Los primeros soldados se han replegado este verano. Así, Obama habría puesto fin a las dos guerras iniciadas por George W. Bush.
– “General Motors está vivo, Osama Bin Laden está muerto”. Ese es un lema de la campaña de Obama. Junto a sus medidas de estímulo y rescate económico, el presidente ha debilitado notablemente al grupo dirigente de Al Qaeda, algo que promete seguir haciendo.
– Obama, convencido del papel que el Estado puede jugar como motor de la economía, alentará a los líderes europeos a favorecer una mayor inversión pública para crear empleo o una acción más contundente del Banco Central Europeo para proteger el euro.
-Obama considera que existe margen para la negociación con Irán, porque el régimen está aún lejos de producir una bomba atómica. Bajo su mandato, EE UU contendría los deseos de Israel de atacar a Teherán para evitar que tenga capacidad nuclear.
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