Obama and the Politics of the Positive

 

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Posted on November 18, 2012.

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Obama, segunda parte

Barack Obama retorna al centro del debate la idea de la política frente al problema de lo posible

Cuesta hacerse a la idea. Pero no hace tanto. Era el 1 de diciembre de 1951, en Montgomery (Alabama). Una costurera negra regresaba a su casa después del trabajo. Subió al autobús y ocupó un asiento en la parte de atrás, la reservada a los ciudadanos negros, que no podían sentarse en las primeras filas. Aquel día subieron muchos blancos, y el conductor exigió a tres mujeres negras que cedieran su asiento. Ella se negó. Fue arrestada, juzgada y condenada por ello. Se llamaba Rosa Parks. Y su gesto provocó un terremoto. La noche siguiente, la comunidad de color, un 70% de los usuarios, decidió boicotear el servicio público de transporte de Montgomery. Cinco años después, el Tribunal Supremo de EE.UU. declaraba inconstitucional la segregación racial en los autobuses. En 1964, la ley de Derechos Civiles la prohibió en las escuelas, lugares públicos, puestos de trabajo y gobierno. Sólo hace poco más de cincuenta años.

A veces conviene abrir un poco el foco, para adivinar la trascendencia de algunos acontecimientos que por sí solos no acaban de dar cuenta de la inmensidad que suponen. Hace cuatro años, ya se subrayó el hecho histórico de que Obama fuera el primer presidente negro elegido en EE.UU. Parte del entusiasmo con el que fue recibido tenía que ver con esto, sin duda, además de su indiscutible carisma, su brillantez oratoria y su historial comprometido de activista. Hubo voces que entonces lo minusvaloraron, incluso que lo despreciaron (“más vendedor de titulares que ideólogo”, o aquello del hippy flowers, ¿recuerdan?). Fueron pocas, pero llamativas. Ahora, con la reelección, una cierta condescendencia, muy europea, si no eurocéntrica, repite variaciones del mismo tema.

Sin embargo, debería bastar sólo una cosa para silenciar algunas bobadas. Su speech en la noche electoral, en una electrizada McCormick Place que lo siguió con extrema atención y con ella, parte del mundo. Una pieza de oratoria espectacular, sin un papel en las manos. Y una declaración política que deberá ser estudiada, con calma, junto a algunos de los textos que han marcado la historia del pensamiento político americano en el siglo XX. Dejaremos de lado la emoción con la que sus primeras palabras fue escuchadas y comentadas en Catalunya (“Esta noche, más de 200 años después de que una antigua colonia ganara su derecho a determinar su propio destino…”). Nos concentraremos, muy rápidamente, en sólo cuatro cuestiones, de la mano de ese texto de referencia que es Sobre la revolución, de Hannah Arendt (dedicado, como se sabe, en parte, a la americana), para pautar la trascendencia de lo que se dijo allí. En primer lugar, la necesidad de poner fin a lo ya iniciado por él: “Se acaba una década de guerra”. “De lo que se trata ahora es de dar forma a una paz construida como promesa de libertad y dignidad para cada ser humano”. Obama, como Arendt, sabe que la violencia no constituye más que un elemento marginal en los procesos de cambio social y político, puesto que lo essencial de lo humano es la práctica concertada del discurso y la acción en un espacio de libertad. Lo sabían, también, los millones que, en EE.UU. y en el mundo, salieron contra la guerra en Iraq.

Segundo. Las reiteradas apelaciones al ejercicio responsable de la libertad, que están en la médula del sistema. El nuevo orden que inauguró la revolución de 1776 está basado en el ejercicio de la libertad política y en la capacidad de los ciudadanos para actuar libremente. Con eso no se juega. De ahí la convicción de que “el papel de los ciudadanos en nuestra democracia no se acaba con vuestro voto”. ¿Se imagina alguien un presidente del Gobierno español, donde tanto miedo se tiene a preguntar a la ciudadanía para que decida, afirmando esto? La democracia americana, desde la revolución, garantiza el contrapeso del poder y la libertad a través de diferentes mecanismos institucionales que implican la fundación de espacios para el ejercicio continuado de la libertad política: el poder constituyente, que se ejerce sin intermitencias a través de diversas instancias participativas, es por definición abierto. La vitalidad misma del sistema democrático depende de ello.

Tercero. Continuas referencias al imperativo de justicia como contenido del ejercicio de la libertad. Hay diferencias entre demócratas y republicanos, es obvio. Como las hay entre Obama y Romney, ideológicamente relevantes. No de gestión de la economía doméstica. De ideal político. Y el de Obama, que recupera e instiga un rearme teórico entre los demócratas, tiene que ver con uno de los problemas más urgentes de la política en nuestro tiempo: compatibilizar el desarrollo de la libertad con la exigencia de justicia y la lucha contra la desigualdad. Obama retorna al centro del debate la idea de la política frente al problema de lo posible.

Y, finalmente, la apelación privilegiada a la educación y la cultura (“queremos que nuestros chicos y chicas crezcan en un país donde tengan acceso a las mejores escuelas y a los mejores profesores”). Sabemos que esto para Obama no es una formulación retórica, sino la única vía posible capaz de asegurar que todos tengan las mismas oportunidades. No soy un ingenuo. Sé de la dificultad de todo ello. Pero sé también que, con este discurso que inaugura su segundo mandato, Obama ha hecho algo parecido a lo que hizo Rosa Parks el día después que la sentencia del Tribunal Supremo llegara a Montgomery: sentarse en la primera fila del autobús. Ya nadie pudo moverla de ahí. Good luck, Mr. president!

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