A Barack Obama, que acaba de dar un fantástico discurso de reasunción como presidente de Estados Unidos, le dicen el Kennedy negro. No es verdad que la historia se repite. Lo que sí se repite es el impulso de individuos y sociedades por repetir la historia. Pero de ahí, no pasa.
Sin embargo, hay varios puntos en común que unen las imágenes de uno y otro presidente americano, separadas por cincuenta y dos años de historia. Obama es el primero de raza negra en llegar a la Casa Blanca. John F. Kennedy fue el primer católico en ser electo para ese cargo, el más joven de la historia y el primero nacido en el siglo XX. La juventud de ambos, la imagen de frescura, de empuje, de decisión, de humor, de pasión controlada, entre otros rasgos, también une a uno y otro. Pese a esa imagen, si Kennedy estaba dispuesto a ajustarle cuentas al comunismo de aquellos años de la Guerra Fría, Obama libra una dura guerra en Irak, que prometió terminar, y le ajusta las cuentas a Bin Laden y a sus seguidores.
Los dos presidentes se plantearon grandes desafíos, a sabiendas de que no iba a alcanzar el tiempo de sus vidas para llevarlos adelante. “Nada de esto estará terminado en los primeros cien días. Tampoco en los primeros mil días, ni durante toda esta administración, quizás ni siquiera en nuestra vida en este planeta. Pero empecemos”, dijo Kennedy en su discurso inaugural, el 20 de enero de 1961.
“Nuestro viaje no estará completo hasta que a nuestros hermanos y hermanas gay se les trate igual que a todos los demás según la ley (…) Hasta que encontremos una manera mejor de recibir a los inmigrantes. Nuestro viaje no estará terminado hasta que todos nuestros hijos (…) sepan que se les cuida y se les atesora y que siempre estarán a salvo”, dijo Obama en la gélida tarde del lunes pasado en Washington.
La defensa de los derechos gay es lo nuevo. En épocas de Kennedy ni siquiera existía el mundo gay tal como se le conoce hoy. Kennedy luchaba por los derechos civiles de otra comunidad: la de raza negra. Es difícil saber si hizo falta Kennedy para que exista hoy Obama en la Casa Blanca. Pero la verdad es que ambos discursos inaugurales, separados por más de medio siglo, no sólo trazan los grandes postulados del Partido Demócrata, sino que parecen escritos por la misma pluma.
Esto último no es posible. A Kennedy le escribía los discursos Theodore Sorensen que, dicen, armaba las frases para resaltar la inocultable cadencia bostoniana de Kennedy y que murió el 31 de octubre de 2010. Pero, un botón de muestra. Kennedy dijo en su primer mensaje: “La antorcha ha pasado a una nueva generación de estadounidenses, nacidos en este siglo, templados por la guerra, instruidos por una paz dura y amarga, orgullosos de su antigua herencia, quienes no están dispuestos a presenciar ni permitir la lenta ruina de esos derechos humanos con los que nuestro pueblo ha estado siempre comprometido ”. Obama dijo: “Esta generación de estadounidenses ha estado a prueba debido a crisis que han fortalecido nuestra determinación y que han probado nuestra resistencia”.
La gran frase del discurso de Obama “Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, aún creemos que la seguridad y la paz duraderas no requieren estar en guerra perpetua”, tiene las inconfundibles aristas del estilo Kennedy: “El clarín vuelve a llamarnos a combate, no para empuñar las armas, aunque las necesitemos; no para entrar en combate, aunque estemos en lucha, sino para (…) una lucha contra los enemigos comunes del ser humano: la tiranía, la pobreza, la enfermedad y la guerra misma”.
“Si una sociedad libre no puede ayudar a los muchos que son pobres, no puede salvar a los pocos que son ricos”,dijo Kennedy en 1961. “(…) Nuestro país no puede tener éxito cuando cada vez menos gente tiene mucho éxito y cada vez más gente apenas puede cubrir sus gastos”, dijo Obama el pasado lunes.
Es curioso cómo épocas tan diferentes generaron discursos tan similares. El mundo ha cambiado mucho en medio siglo. Lo que parece no haber cambiado demasiado son los ideales y las metas a conquistar: el derecho a la vida, a la libertad, a la búsqueda de la felicidad, al bienestar, al crecimiento, a la educación, al trabajo, al progreso, en palabras de Obama.
Su gran llamado a la unidad del pueblo norteamericano, “Ustedes y yo, como ciudadanos, tenemos el poder de encauzar el rumbo de este país. Ustedes y yo, como ciudadanos, tenemos la obligación de moldear los debates de nuestro tiempo, no solamente con nuestros votos, sino con las voces que elevamos en defensa de nuestros valores ancestrales e ideales imperecederos”, es, en desarrollo, la gran frase sintetizadora del discurso inaugural de Kennedy: “Ciudadanos, no pregunten qué puede hacer su país por ustedes; pregunten qué pueden hacer ustedes por su país.”
Kennedy sabía muy bien para quién hablaba: para una nación dividida, para un mundo en crisis que vivía con el dedo en el gatillo, para un continente americano sumergido en la pobreza, la corrupción y las tiranías al que propuso una alianza para el progreso, y para su entonces archienemigo, la Unión Soviética, con la que iba a llegar en casi dos años al borde de la guerra nuclear.
La historia dirá para quién habló Obama, aunque los ecos se extienden hasta los oídos que quieran escucharlo, cuando el lunes dijo: “Los patriotas de 1776 no lucharon para reemplazar la tiranía de un rey con los privilegios de unos cuantos ni con el mandato de un tumulto”. O cuando dijo: “Un mercado libre sólo prospera cuando existen reglas que garanticen la competencia y los negocios justos”. O: “Una gran nación tiene que ocuparse de los vulnerables y proteger a su gente de los peligros y de los peores infortunios de la vida.” O cuando dijo: “Creemos que la prosperidad de los Estados Unidos tiene que ser una responsabilidad que esté sobre los hombros de una clase media creciente”. O cuando dijo: “La paz en nuestro tiempo requiere el fomento constante de aquellos principios descritos por nuestra fe común: tolerancia y oportunidad, dignidad humana y justicia”. O cuando dijo: “No podemos confundir el absolutismo con los principios, ni sustituir la política con el espectáculo, ni tratar los insultos como un debate razonado”.
Como John Kennedy hace cincuenta y dos años, y casi con las mismas palabras, Obama llamó a la unidad y al progreso.
Parece que el segundo es imposible sin la primera.
Leave a Reply
You must be logged in to post a comment.