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Posted on June 29, 2013.
Yes we can. Really?
Las revelaciones sobre el control masivo que el Gobierno USA realiza desde hace tiempo sobre comunicaciones privadas entre ciudadanos y del ciberespacio ha levantado ampollas y reactivado la discusión sobre la privacidad, la libertad y la seguridad. El principio maquiavélico de que el fin justifica los medios protagoniza nuevamente el debate público. Si se acepta, como dijo el presidente Obama, que no se puede tener 100% de seguridad y al mismo tiempo igual porcentaje de libertad, se está cercenando esta última sin predecir bien hasta dónde puede llegar el recorte, al delimitarla el particular criterio “legalizado” del gobernante de turno. Siguiendo esa misma lógica, se podrá restringir la libre circulación, la libre expresión o cualquier otro derecho del ser humano.
Trabajar para conseguir absoluta seguridad con total libertad es precisamente la labor del gobernante, salvo que justifique su incapacidad o mal desempeño sobre postulados que terminan revirtiendo negativamente en el ciudadano que lo eligió. Es muy posible que el desvío interesado de la principal atención del Gobierno: seguridad y justicia, hacia otras áreas de mayor rédito político hagan que, efectivamente, no se puedan alcanzar las cotas de seguridad requeridas, pero porque se le presta poca atención, no necesariamente la debida. Un estrepitoso fracaso de la gestión de gobierno más que otra cosa.
Lo que sorprende —aún más— es que ese despropósito esté avalado por el poder legislativo y el judicial norteamericanos. Políticos y burócratas terminan apropiándose del poder para alcanzar su fin, cualquiera que sea, o justificar y maquillar su quehacer. Un derroche de “imaginación” que al propio Maquiavelo hubiese sorprendido. Para mayor preocupación, al igual que ocurriera con quien filtró los archivos de WikiLeaks, la persona que denunció el abuso es perseguida por el mundo bajo la acusación de filtrar “secretos” del gobierno, admitiendo que quien decide, manda y puede contar con reservas y confidencias es el político, muy lejos de esa idea de transparencia y accountability que promueven y exportan —y exigen— fuera de las fronteras norteamericanas.
En los últimos años —demócratas y republicanos— han puesto de manifiesto que la realpolitik forma parte del establishment, y no es posible cambiar. Cada vez se alejan más de la idea inicial de los padres fundadores norteamericanos, quienes pretendieron construir un país basado en principios inalterables de libertad, garantías de propiedad, justicia y respeto a los derechos individuales. “Cualquier sociedad que renuncie a un poco de libertad para ganar un poco de seguridad, no merecen ninguna de las dos cosas” (Benjamín Franklin), o como dijera Abraham Lincoln: “Los que niegan la libertad a los demás no se la merecen ellos mismos”. Afirmar —como lo hizo el presidente Obama— que no se puede tener total seguridad con absoluta libertad, supone un cambio importante en el orden de prioridades y una declarada renuncia a su principal deber. Cuando se presta mayor atención a cuestiones distintas de los objetivos primordiales del Gobierno, se acaba por justificar acciones preocupantes que pueden aniquilar progresivamente el libre ejercicio de los derechos individuales y terminar con la libertad. Se invadió Irak sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, se mató a Bin Laden y se arrojó al mar bajo el pretexto de “hacer justicia”, se mantiene abierto Guantánamo y ahora se manosea la privacidad en las comunicaciones para “proteger” al ciudadano. Aquel norte que aniquiló a miles de indígenas promueve y realiza injerencias sobre actividades nacionales, reclama a expresidentes o financia actividades para hacernos ver al resto de ignorantes y desaprensivos humanos subdesarrollados lo rematadamente mal que hacemos las cosas y hacia dónde debemos reconducir nuestra primitiva conducta ¡Tócate los huevos!, aunque seas de Ohio o de Oklahoma.
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