Parece que al Tío Sam le llueve sobre mojado con eso del espionaje. La Agencia Nacional de Seguridad (NSA) se encuentra en el ojo del huracán: Pudo haber espiado a 35 líderes mundiales, según lo dio a conocer la semana anterior el periódico inglés, The Guardian. De ahí el malestar que la Canciller alemana Angela Merkel, la Presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, el Presidente de México, Enrique Peña Nieto y el gobierno español han expresado ante el mandatario estadounidense.
La práctica de espiar es vieja, tanto como la guerra misma. Desde la antigüedad imperios como el de los chinos, babilonios, persas, egipcios, griegos, hebreos y romanos, utilizaron métodos para encriptar – y con ello proteger – información sensible. Hace 25 siglos se le daba gran importancia a esa práctica, como se refleja en uno de los libros más antiguos escrito en China, el tratado militar “El Arte de la Guerra de Sun Tzu”, cuyo propósito es conocer al enemigo. Allí se considera a los espías como “los elementos más importantes en una guerra, en tanto que de ellos depende en gran parte, la habilidad para mover y conducir un ejército”.
De ahí aquella lapidaria cita: “Si usted conoce al enemigo y se conoce a sí mismo, no debe temer el resultado de un centenar de batallas”. El libro mantiene vigencia. Se utiliza incluso como texto-guía en capacitaciones de alta gestión de negocios, liderazgo transformador, administración corporativa efectiva y gestión de conflictos, aplicando las estrategias y tácticas de Sun Tzu, ajustadas a la realidad del entorno empresarial. Obtener información secreta resulta imprescindible en los gobiernos para la toma de decisiones de política exterior e interior. Pero no es exclusiva de ellos. El espionaje comercial, utilizando tecnología de avanzada por ejemplo, involucra intereses multimillonarios para la industria automotriz, informática, telefónica, medicamentos, agroalimentaria, etc.
Antes, durante y después de las dos guerras mundiales, el espionaje fue determinante para el empleo efectivo de estrategias militares. Países como Alemania, Inglaterra, Japón y los Estados Unidos fueron sofisticando cada vez más sus métodos.
Para el politólogo alemán, Max Weber, el conocimiento es una de las fuentes del poder y éste, en términos sencillos, es la posibilidad de que un individuo (entiéndase grupo, hermandad, corporación o país) ejerza a plenitud su voluntad. No es de extrañar que desde 1979, año en que se conoció la mayor red de espionaje y procesamiento analítico de información por la entidad “Echelon”, nada, absolutamente nada, queda ya oculto en esta aldea global.
“Echelon” es un fantástico sistema de 120 satélites. Puede rastrear tres mil millones de mensajes diarios, ya sea comunicaciones gubernamentales, empresariales o de la sociedad civil. Esto supone un control sobre correos electrónicos, llamadas telefónicas estacionarias, móviles y mensajes por fax de casi todo el mundo. Lo verdaderamente impresionante es que toda la información es colectada, clasificada, analizada y despachada por “Echelon”, de manera automática. Su destino: una alianza de inteligencia militar formada por Estados Unidos, Inglaterra, Canadá, Australia y Nueva Zelanda.
A inicios de julio de este año, el periódico brasileño O’Globo, divulgó que diversos países latinoamericanos como Colombia, Costa Rica, Argentina, Perú y El Salvador han sido objeto de espionaje por parte de los EE.UU.. El gobierno salvadoreño adujo en su momento no tener información cierta ni suficiente. Es entendible: en el norte hay más de dos millones de compatriotas y en el sur la cifra de los receptores de las remesas se triplica.
En el plano local, en su momento, tanto el expresidente de la CSJ, Belarmino Jaime como el actual titular, Florentín Meléndez, han expresado sospechas de ser sujetos de espionaje telefónico. No extraña entonces que el diputado Edwin Zamora haya dicho el pasado 11 de julio: “todos estamos expuestos a que nos espíen” y que su colega diputada, Ana Vilma de Escobar, pareciera confirmar este tipo de prácticas (con una afortunada demostración en vivo), casualmente al recibir una llamada en el marco de una entrevista sobre espionaje e intervenciones telefónicas, concedida este mes en la Asamblea Legislativa. Curiosamente, el partido al que pertenecen ambos diputados es señalado por el presidente Funes de realizar “terrorismo cibernético”. Mi conclusión: el espionaje es algo cultural y global.
Es invasivo y se cuela en las rendijas de la política, los negocios y hasta en los templos. La información privilegiada que obtiene, mediante el empleo de tecnologías de información, compra de fuentes e intercepción de mecanismos de comunicación, pone en evidencia las fragilidades de personas, entidades y/o gobiernos.
Hoy en día, el espionaje está en boca de todos, especialmente el telefónico y el de las comunicaciones electrónicas. Sin Julián Assange y Edward Snowden, el mundo no estaría actualizado de lo que es capaz de hacer un gobierno que encuentra en el espionaje una gran fuente de información y poder.
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