Ecuador’s Relationship with the US

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La salida del Ecuador del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) constituye un paso más dentro de una política de permanente distanciamiento con los Estados Unidos. No se trata, por su puesto, de criticar esta decisión en particular, que en sí misma puede ser justificada dado el nuevo contexto geopolítico de América Latina, pero sí reclamar por la ausencia de una estrategia clara para relacionarse con un país que constituye un socio comercial de enorme importancia para la economía ecuatoriana. Sin embargo, lo único que se ha visto desde la Cancillería es una postura antinorteamericana, rodeada de una retórica permanente de crítica a ese país. El propio canciller Patiño, al informar sobre la salida del Ecuador del TIAR, dijo que se tomaba la decisión porque dicho mecanismo constituía un “instrumento obsoleto al servicio de intereses hegemónicos, (que) nunca sirvió para la defensa de nuestros países, sino para agredirnos”.

No se trata de una decisión aislada del Ecuador con relación a los Estados Unidos. Hace pocas semanas, se cortó relaciones con la agencia norteamericana para la cooperación internacional (AID), y antes se desechó, de manera muy liviana, los beneficios arancelarios para una serie de productos importantes que el Ecuador vende en el mercado norteamericano. Siempre las decisiones van acompañadas de una postura desafiante a los Estados Unidos, como si a través de cada una de las acciones desplegadas y de las palabras pronunciadas se afirmara la soberanía nacional. Si se puede justificar la salida del Ecuador del TIAR por tratarse, efectivamente, de un instrumento anacrónico de cooperación en el campo de la seguridad, también se puede criticar como anacrónica la vía escogida por la revolución ciudadana para afirmar la soberanía nacional.

El actual Gobierno obliga a pensar la soberanía, lo cual está muy bien; pero lo hace desde lo que se podría llamar un infantilismo de izquierda: el desafío, la hostilidad, el desplante del pequeño hacia el grande. De un lado, habría que discutir si esa forma de proclamar y defender la soberanía resulta consistente con la defensa de los intereses del país; y de otra, si dicha actitud no traduce una suerte de complejo ideológico, proyectado sobre lo nacional, propio de quienes no son capaces de pensar las relaciones internacionales en un marco de respeto mutuo, y creen que la afirmación frente al imperio requiere necesariamente de los desplantes. Por eso, hay que llamarlo infantilismo de izquierda, porque carece de la madurez requerida para tratar con todos los países en términos de dignidad y respeto mutuos. Resulta absurdo afirmar la dignidad nacional a costa de los intereses nacionales.

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