From War to Sleeping on the Street

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El viernes por la tarde en dos de las cuatro esquinas del cruce entre las calles 17 y K, en el centro de Washington DC, había un vagabundo pidiendo dinero. Los dos, hombres de mediana edad, uno de raza blanca y otro de negra, eran veteranos de guerra, y así lo manifestaban en carteles y a viva voz a algunos de los transeúntes que pasaban junto a ellos. No es una estampa sorprendente en las calles de la capital de Estados Unidos.

Uno de ellos se llama Ben, ronda los cuarenta años de edad y sirvió ocho años en el Ejército, repartidos entre las guerras de Afganistán e Irak. En general se muestra evasivo y con pocas ganas de contar su vida y el trágico periplo que le llevó a tener ahora que pedir dinero en la calle. “La guerra nunca es una buena experiencia, a nadie le importas una mierda”, espeta cuando se le interpela por su experiencia. Con la mirada perdida, Ben explica que intentó recurrir a las ayudas económicas que ofrece el departamento de Asuntos de Veteranos, pero que se dio cuenta de que “no valía la pena” por los excesivos trámites burocráticos que suponía. “La mayoría de veteranos con PTSD no tenemos la paciencia para hacerlo”, remata.

PTSD es el acrónimo en inglés de un desorden de estrés postraumático. Un 50% de los veteranos sin hogar en Estados Unidos padece enfermedades mentales serias, según datos de la Coalición Nacional de Veteranos sin Hogar (NCHV, por sus siglas en inglés), algunos sin haber llegado a servir en combate. Un 70% tiene problemas de abuso de sustancias, ya sea alcohol o drogas. Los exsoldados suponen el 12% del total de personas adultas sin hogar en el país. Entre la población masculina, representan el 20%. Y sus niveles de pobreza son superiores a los del promedio entre las unidades familiares más pobladas.

Ben se encuentra a un par de bloques de la Casa Blanca y de la sede del departamento de Asuntos de Veteranos. Y a unas siete calles del hotel en el que la NCHV clausuró el viernes al mediodía su decimoséptima asamblea anual. El ponente estrella de ese día fue Eric Shinseki, que cuando intervino a primera hora del viernes aún era el secretario de Veteranos de la Administración de Barack Obama, pero que a las pocas horas dejó de serlo al presentar su dimisión en una reunión con el presidente estadounidense. Shinseki, general de cuatro estrellas con 38 años de experiencia en el Ejército, renunció víctima de un escándalo por la presunta muerte de 40 excombatientes mientras esperaban a ser atendidos en un hospital del departamento de Veteranos en Arizona.

Shinseki, del que casi todo el mundo en la asamblea se deshacía en elogios, aprovechó su último acto público para ensalzar los programas implementados por su departamento, desde que asumió el cargo en 2009, para mejorar la situación socioeconómica de los exsoldados, un colectivo muy venerado entre la opinión pública estadounidense y que se disputan los partidos políticos. “Hoy conocemos mejor los factores que contribuyen a no tener hogar: depresión, insomnio, dolores, desórdenes por el uso de sustancias y relaciones fallidas. Ahora podemos enfocarlos a tratamientos específicos”, afirmó.

Según la terminología oficial, una persona sin hogar en EE UU es aquella que duerme en la calle o en centros de acogida. Es decir, carece de su propio alojamiento. Según las estimaciones del departamento de Vivienda, alrededor de 57.800 veteranos se encuentran en esa situación en una noche cualquiera. En el conjunto de EE UU hay unos 22 millones de exsoldados sobre una población total de 326 millones de personas.

Aunque no se trata de un problema nuevo, la mayoría de planes de calado para combatir esta lacra se han impulsado en las últimas décadas. La Administración ofrece actualmente atención sanitaria a unos 150.000 veteranos sin hogar y ayudas económicas a unos 40.000. En paralelo, se han desarrollado alianzas público-privadas para conceder alojamiento, lo que, según la NCHV, ha contribuido a reducir desde 2005 en un 70% el número de veteranos sin hogar. Sin embargo, se estima que 1,4 millones de exsoldados corren el riesgo de quedarse sin casa y caer en esa espiral fatídica.

Sin duda, las guerras de Afganistán e Irak en la última década han tenido un claro efecto en este drama y lo han situado en el centro del debate político al dispararse el número de suicidios entre exsoldados. De acuerdo a los últimos datos disponibles, de 2010, unos 12.700 de los veteranos sin hogar habían participado en esas contiendas. Aunque ha subido en los últimos años, el porcentaje de jóvenes -entre los 18 y los 30 años- sin hogar solo supone el 8,8% del total. La mayoría, el 41%, son personas entre 31 y 50 años. Y como en tantos otros ámbitos en EE UU, la raza también es tristemente un factor de desigualdad: alrededor del 40% de los veteranos sin hogar son negros o hispanos, pese a suponer, respectivamente, el 10,4% y el 3,4% de la población de excombatientes.

Buena parte de los asistentes a los tres días de asamblea de la NCHV eran personas -veteranos o no- involucradas en asociaciones de exsoldados o dirigentes políticos que buscaban hacer contactos y conocer las mejores prácticas para hacer frente a ese desafío.

Uno de ellos era el pintoresco Lester Abele -sirvió dos años en la guerra de Vietnam- que acudía al foro, vestido con indumentaria militar, para conseguir préstamos del Gobierno para poder expandir por Estados Unidos su asociación de ayuda a veteranos fundada en el estado de Ohio en 2005. Su asociación asiste a exsoldados a hacer frente al abundante papeleo necesario para optar a algunas de las ayudas públicas. Abele recibe un subsidio de 800 dólares al mes del departamento de Veteranos por tener una leve lesión crónica en la espalda, a los que se unen otros 1.200 de la Seguridad Social. Dependiendo de la gravedad de la lesión y de otros factores, los subsidios oscilan entre los 130 y los 3.390 dólares al mes.

También sirvió en Vietnam, un año y medio, Darell Harbour, con otro programa de ayuda a veteranos en Texas y que acudía al congreso a conocer las mejores prácticas, aunque algunas son intangibles. “Una de las mayores barreras a romper es el orgullo que tienen los soldados al volver a sus casas. Tienen miedo a pedir ayuda”, relataba. En su caso, recordaba, nadie le ayudó a prepararse para el retorno a su vida civil y critica que ahora, 40 años después, solo se haga durante un período concreto.

Pero aunque reciban asistencia, de cualquier tipo, los expertos insisten en que la clave es que ésta sea continuada porque un exsoldado se puede derrumbar emocionalmente solo volver a su hogar o al cabo de meses o años. “Encontrar un trabajo no es un problema, sino como ayudar a mantenerlo”, sostenía Brat Anderson, experto laboral del NCHV y ponente de una de las sesiones. “Tener un empleo te ayuda a mejorar tu autoestima, reinviertes en tu comunidad y mejoras tu red de seguridad. Pero puedes perder el empleo por factor psicológicos, abuso de sustancias o problemas de manejo de tu vida o de salud”, añadía. Aunque las cifras son positivas -la tasa de desempleo de los veteranos es inferior al promedio-, la pérdida de trabajo puede derivar rápidamente en el descenso en la pobreza y, a la postre, en la pérdida del hogar. De lo poco que cuenta Ben, el vagabundo de la esquina entre las calles 17 y la K en Washington, es que hasta hace no mucho trabajaba.

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