Obama busca calmar a los aliados de la OTAN en una visita marcada por la crisis de Ucrania
Barack Obama había prestado poca atención a una Europa donde la paz se daba por descontada. Por eso el ensordecedor clarinazo de Ucrania marca a la vez el viaje del presidente de EE UU y los límites de su liderazgo y del poder estadounidense. Esos contornos quedaron dibujados la semana pasada en el discurso de West Point en el que Obama enunció su política exterior para el resto de su mandato. Un mensaje, por otra parte, con demasiadas omisiones y lugares comunes, más dictado por las encuestas que por los perentorios desafíos sobre el terreno.
El anuncio de Obama en Polonia de que fortalecerá con mil millones de dólares la defensa de Europa es oportuno y simbólico, en vísperas de la cita de Normandía y a la vista de la alarma sobre las intenciones de Putin después de Ucrania. Esos fondos, cuando los apruebe el Congreso, pagarán rotaciones de soldados y barcos por diferentes países y maniobras conjuntas. Obama, sin embargo, ha perdido una oportunidad para decidir desplazar hacia el este parte de sus tropas en Europa occidental, el gesto que más tranquilizaría a los antiguos satélites de Moscú ahora miembros de la OTAN, con los que ha reiterado el compromiso de Washington.
Para Ucrania, esos gestos se quedan cortos. El repetido mensaje de Obama de que se han acabado los días en que los poderosos podían imponer su voluntad a los más débiles a golpe de pistola se compadece mal con la trágica realidad de Kiev. Poroshenko ha agradecido al presidente estadounidense sus promesas de apoyo financiero y de seguridad, pero es improbable que lo que más necesite el precario Ejército de Ucrania cuando se recrudece la rebelión separatista pro-rusa —con centenares de muertos— sean visores nocturnos y sofisticadas comunicaciones. Moscú ha retirado la mayor parte de sus tropas fronterizas, pero los combatientes y las armas rusas tienen cada vez más protagonismo en una sublevación con rasgos de guerra civil.
Mantener la paz en Europa exige el compromiso estadounidense, pero ese compromiso precisa de herramientas efectivas para resultar disuasorio. Putin, humillado tras su expulsión del G 7, va a verse con Hollande, Merkel y Cameron en su primer cara a cara tras la anexión de Crimea. El mensaje de los líderes europeos no puede ser más que uno: es el presidente ruso quien debe poner fin a la gravísima crisis desatada por sus ambiciones neo-imperiales.
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