The German decision to order the CIA head in Berlin to leave the country is a good indicator of the distaste in Angela Merkel's government after finding out that two German citizens, one a secret service agent and the other an employee at the Ministry of Defense, acted as spies for Americans. It is not the first time that Germany has used a method like this. It did so in 1997 when it expelled — although given that it has to do with an allied country, the word was carefully avoided — the head of American spies in Germany for spying on the relationship that the local nuclear industry had with the Iranian government.
In a way, it forms part of the rules of the game. Between allied countries, espionage is not a lawful act, and when discovered, the invitation for one or various secret agents to leave the country, followed by the offender's apologies, is almost taken for granted. In an age in which economic and industrial espionage are almost more important than military spying, every nation attentively monitors agents from powerful enemies and theoretical friends alike.
However, what makes this case peculiar and serious is that apparently, the U.S. Secret Service did not inform President Obama of what was happening in Germany. As a result, when the German chancellor answered what she thought to be a call from Obama giving some type of explication or apology, Obama did not mention the subject and insisted, as if nothing had happened, on taking the same side on hypothetical sanctions on Russia.
Espionage, both international and on a nation's own citizens, is creating constant headaches for the Obama administration. The disclosure of massive phone taps of world leaders — among them Merkel herself, whose cellphone was tapped, according to what Edward Snowden announced — journalists and other American citizens has prompted domestic affronts and attempts [to create] diplomatic crises for Obama, about which the president still has to give detailed explanations.
Germany is within its right to throw out those that it discovers to be working in espionage, be they from allied countries or not. And more importantly, Obama has the obligation to know what his Secret Service is doing.
La decisión alemana de ordenar la salida del país del jefe de la CIA en Berlín es un buen indicador del disgusto en el Gobierno de Ángela Merkel tras conocerse que dos ciudadanos alemanes, un agente de los servicios secretos y un funcionario del ministerio de Defensa, actuaban como espías para los estadounidenses. No es la primera vez que Alemania recurre a una medida así. Ya lo hizo en 1997 cuando expulsó —aunque dado que se trata de países amigos se evita cuidadosamente la palabra— al jefe de los espías de EE UU en Alemania por espiar las relaciones de la industria nuclear local con el régimen iraní.
En cierto sentido, forma parte de las reglas del juego. Entre naciones aliadas el espionaje no es un hábito lícito y cuando se descubre, la invitación a abandonar el país de uno o varios agentes secretos, y después las disculpas del infractor, es algo que se da prácticamente por descontado. En una época en la que el espionaje económico e industrial es casi más importante que el militar, todos los Estados vigilan con tanta atención a los agentes de los potenciales enemigos como a los teóricamente amigos.
Pero lo que hace peculiar, y grave, este caso es que, aparentemente, los servicios secretos de EE UU no informaron al presidente Obama de lo que estaba sucediendo con Alemania, de modo que cuando la canciller alemana atendió lo que esperaba ser una llamada del estadounidense dando algún tipo de explicación o disculpa se encontró con que Obama no mencionaba el asunto e insistía, como si nada hubiera pasado, en una toma de posición común sobre unas hipotéticas sanciones a Rusia.
El espionaje, tanto en el exterior como sobre sus propios ciudadanos, es algo que está creando constantes dolores de cabeza a la Administración Obama. Las revelaciones de escuchas masivas tanto a líderes mundiales —entre ellos la propia Merkel, cuyo móvil estaba intervenido, según denunció el filtrador Edward Snowden— como a periodistas y otros ciudadanos de Estados Unidos le han abierto al presidente frentes domésticos y conatos de crisis diplomáticas sobre los que todavía tiene que dar detalladas explicaciones.
Alemania está en su derecho de expulsar a quienes descubre —sean o no países aliados— en tareas de espionaje. Y, más importante, Obama tiene la obligación de conocer lo que están haciendo sus servicios secretos.
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