Hace más de dos meses que comenzaron en Irak los ataques aéreos estadounidenses contra las fuerzas del Estado Islámico (EI) y casi uno que se extendieron a Siria con el apoyo de Gobiernos árabes y occidentales. El objetivo enunciado por Barack Obama era debilitar y destruir a la despiadada milicia fanática que ha proclamado el califato en los más de 70.000 kilómetros cuadrados que domina en ambos países.
Los resultados no avalan el propósito de Obama. El tiempo transcurrido es escaso para certificar el fracaso de su estrategia, pero no para constatar que los aliados no han infligido ninguna derrota seria a las fuerzas fundamentalistas. Por el contrario, el general John Allen, que dirige la coalición internacional, declaraba la semana pasada ante el Congreso que el EI ha hecho avances sustanciales en Irak, donde el Pentágono se ha visto obligado a desplegar helicópteros Apache para proteger el aeropuerto de la capital de los yihadistas, dueños de la vecina provincia de Anbar.
El debate iniciado en agosto en EE UU sobre la eficacia de una campaña exclusivamente aérea ha dado paso a las voces que consideran inevitable el fiasco sin tropas sobre el terreno. En Siria, los bombardeos han sido incapaces de desbloquear el cerco yihadista de Kobane, en la frontera con Turquía. La situación es tan crítica y la plaza tan simbólica que Washington abastece ya de armas desde el aire a los defensores kurdos y el presidente Erdogan ha dado marcha atrás en su decisión de abandonarlos a su suerte.
Está por verse el valor de esas medidas. Erdogan solo permitirá que auxilien a Kobane sus aliados kurdos iraquíes, no los de la propia Turquía o los de Siria. La suavización in extremis de Ankara tiene por objetivo no dinamitar el estancado diálogo de paz con el poderoso partido kurdo PKK en Turquía, con el que los sitiados se alinean. Los Hércules americanos, por su parte, solo lanzan sobre Kobane pequeño armamento, y con notable imprecisión.
La realidad militar sobre el terreno, las complejidades políticas regionales y las movedizas lealtades en juego ponen de relieve lo insuficiente y frágil del plan de Obama y la urgencia de su reconsideración. El EI representa una gravísima amenaza no solo en Oriente Próximo. Para Occidente, y la cercana Europa en particular, resulta imperativo prevenir la creación de un gigantesco santuario territorial por parte de un oscuro enemigo de la civilización, decidido a mantener y globalizar su lucha.
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