‘El Chapo’ and ‘Popeye,’ or These Cartoon Countries

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La fuga de “El Chapo Guzmán” el fin de semana pasado nos dejó sin argumentos para exigirle respeto al, de todos modos, despreciable Donald Trump. Es que esta Latinoamérica nuestra, retórica y brutal, informal y delirante, definitivamente no es seria.

Volarse de la cárcel Altiplano, una de las más seguras del mundo, según los propios mexicanos, y hacerlo por medio de un túnel de kilómetro y medio, con sistemas de ventilación y luz y hasta transporte incorporado es un ridículo enorme para cualquier Estado responsable y solvente. El periodista estadounidense Don Winslow, gran conocedor del jefe del cartel de Sinaloa, pone en duda sin titubeos que Guzmán haya salido por ese túnel o que, si lo hizo, no tuviera mucha ayuda de adentro. Del mismo modo, y también sin vacilaciones, afirma que es muy sospechoso que “El Chapo” haya conseguido hasta hoy no ser extraditado a USA, donde le tienen procesos desde 1987, y a cambio de eso, el Gobierno mexicano sí les haya entregado a los gringos a Osiel Cárdenas, jefe del cartel del golfo, y a Benjamín Arellano, ídem en el de Tijuana. Y con esas decisiones, todo el narcotráfico de México quedó en manos de “El Chapo”.

Con el paso de los días, y sobre todo después de la rueda de prensa del ministro de la Gobernación, Miguel Ángel Osorio, supimos que Guzmán tenía un brazalete de geolocalización, pero que apenas tenía alcance dentro del penal y que su celda era monitoreada las 24 horas no solo desde la dirección de la cárcel sino desde el despacho del comisionado de las prisiones federales, pero que por respeto a su intimidad había dos puntos ciegos, y uno de ellos era la ducha (tenía ducha privada, eso queda claro). Fue por allí que el capo empezó a cavar, ¡él solo!, el túnel de 1.500 metros y con toda la tecnología ya mencionada.

En un país serio, la fuga del criminal más peligroso del mundo hubiera tumbado si no al presidente, a más de un ministro, y de allí para abajo. En México ya rodaron tres cabezas pero solo de rangos medio e inferior.

Y mientras tanto, Trump, según el USA Today de hace dos días, lidera las encuestas para ser el candidato de los republicanos, con un 17 por ciento, seguido de Jeb Bush, con un 14 por ciento. Dicho de otro modo, el racismo y el desprecio por México y los latinoamericanos le ayudaron al multimillonario a pasar en tres semanas del puesto once al primero en las encuestas, y la fuga de El Chapo le terminó de redondear la estrategia.

No voy a recabar en el carácter estructuralmente segregacionista de la sociedad norteamericana, ni en la necesidad que tienen los gringos de discriminar para entender y hacer su mapa mental del mundo; tampoco sobre la expoliación y el saqueo de los que hemos sido víctimas por cuenta de ellos, ni de la dificultad que tienen para entendernos y aceptarnos como occidentales. Todo eso es cierto, pero la responsabilidad primordial sigue siendo nuestra porque no hay seriedad ni claridad ni consecuencia en los proyectos de país que queremos ser. Y eso lo demostramos al mundo día a día con la corrupción medular de nuestras sociedades, con la inexistencia de sentido de lo público, con la política instrumentalizada para favorecer a unos pocos, con unas clases dirigentes venales dispuestas a hipotecar todo, hasta su nacionalismo, por mantener privilegios, con la informalidad y carácter relativo de la ley, y con una predisposición negativa a aceptar la verdad, y la subsecuente destreza para construir grandes mentiras: políticas, económicas, históricas.

El próximo martes se cumplen 23 años de la fuga de Pablo Escobar de la cárcel de La Catedral, en Colombia, un episodio igual o más vergonzoso que el del mexicano Guzmán. La huida del jefe del cartel de Medellín se dio por entre un contingente de más de 700 soldados que a esa hora rodeaban el penal, y le implicó simplemente saltar una malla metálica que separaba el exterior del campo de fútbol. Sí, el capo tenía campo de fútbol; el terreno del presidio era suyo; él mismo dispuso quiénes serían los funcionarios responsables de su reclusión, y vivía con todos los lujos. Y eso lo sabía el gobierno de César Gaviria. Para refrendar esa tendencia a torcer la verdad, y a cambio de ello construir grandes mentiras, un mes antes de producirse el escape el Inpec autorizó a la prensa para entrar a la cárcel. Recuerdo las fotos de la revista Cromos que registraban los colchones de paja y la austeridad de las instalaciones, y todos creímos que Escobar vivía bajo las más estrictas normas del código penitenciario. Luego, después de la fuga, sí pudimos ver las mesas de billar, el jacuzzi, el bar, los cuadros, la cascada en el muro, y también nos enteramos de que el capo seguía coordinando todo su negocio desde La Catedral e inclusive hacía reuniones allí y hasta ajustes de cuentas. Los hermanos Moncada y los Galeano fueron llamados por él y asesinados y destazados dentro del penal.

Y nadie del alto Gobierno se cayó por esa descarada farsa y por la burla rampante. Es que no somos serios.

Uno de los hombres que huyó esa madrugada con Escobar fue John Jairo Vásquez, alias Popeye, su principal lugarteniente, que el año pasado fue puesto en libertad tras 22 años de cárcel por más de 3.000 crímenes aceptados. Un país serio, como el de Trump, le hubiera dado a “Popeye” varias cadenas perpetuas. Aquí, lo soltaron antes de cumplir la pena y todo bajo la más estricta legalidad. La semana pasada, “Popeye”, quien hoy dice ser un buen hombre, dedicado a la literatura y a ser la memoria documental del cartel de Medellín, colgó en su página de Facebook (sí, Popeye tiene Facebook) un video para opinar sobre la fuga de “El Chapo” en el que textualmente le dice que se esconda en las montañas de Guatemala, que se arme y que pelee contra el Estado mexicano, que busque una paz y “negocee” un acuerdo de sometimiento. “Cuando ya el Estado mexicano esté vencido, que el Chapo Guzmán negocee para hacer unos 7 años de cárcel y poder disfrutar de su fortuna…”, así dice de viva voz. En un país serio, esto sería una incitación y una apología al delito. Aquí fue registrado como algo anecdótico.

Es que no somos serios y, aunque doloroso, no es absurdo que no nos tomen en serio y les demos argumentos sólidos para su racismo aberrante. Como el de Trump. Pero cómo nos van a tomar en serio si en Argentina (que fue primer mundo hace un siglo y hoy ya ni suena ni truena) es costumbre que los presidentes dejen a sus esposas en el cargo, como si fuera cuestión de familia; si en Venezuela, el Jefe de Estado es casi un analfabeta cuya solución a la crisis por la caída del petróleo es que “Dios proveerá”, y que habla con pajaritos y pronostica “autosuicidios”. Si en Perú, sin exagerar, el país entero sabe que la que manda en el ejecutivo es la primera dama, Nadine Heredia.

Y en Colombia, un expresidente clama a gritos que no hay justicia ni estado de derecho y les pide a sus colaboradores que huyan al exterior si la Fiscalía intenta ponerlos presos, y un Procurador general declara que el país debe ponerse bajo la tutela de la Virgen María e inventa un raro contubernio entre la oligarquía y las Farc, y todo para deslegitimar previsoramente un eventual fallo en su contra. Es que no somos serios.

Y el cuerpo diplomático gringo, que sí es serio, envía desde sus embajadas en este trópico y subtrópico alucinantes toda esa información al Departamento de Estado, donde seguramente se ríen aunque también se preocupan, y quizá no ven tan loco construir el muro que propone Trump.

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