Súbitamente ha empezado a despejarse el camino hacia un acuerdo mundial para la reducción de las emisiones de carbono a la atmósfera en la Conferencia de París del próximo diciembre. Primero fue el papa Francisco con su encíclica ecologista sobre el medio ambiente, ahora es Obama con su propuesta de reducción de emisiones de carbono para 2030 en un tercio respecto a los niveles de 2005. Destaca que en ambos casos, tanto la encíclica de Francisco como el plan de Obama, se parte de una apuesta clara a favor de las energías alternativas.
Si en el caso del Sumo Pontífice es la autoridad moral y espiritual la que pesa en la extraordinaria repercusión de su encíclica verde, en el del presidente de los EE UU es su autoridad política en dos direcciones: de cara a la escena internacional, complementa el acuerdo bilateral ya alcanzado con China, garantiza el éxito multilateral en París y estimula a los nuevos grandes contaminantes que son los países emergentes; y de cara a la política interior, lanza un desafío a las posiciones negacionistas y reaccionarias de los candidatos republicanos, que pesará en las primarias y todavía más en la campaña presidencial en 2016.
Con apenas 18 meses de mandato por delante, el presidente de los EE UU ha hecho la apuesta más fuerte y arriesgada que haya tomado nunca su país —el mayor emisor de dióxido de carbono del planeta hasta 2006, cuando fue alcanzado por China— respecto a la política energética, con una propuesta de sustitución de las actuales plantas de generación de electricidad por combustión de carbón por energías alternativas, solar y eólica fundamentalmente, que viene a complementar la política de independencia energética ya en marcha en el suministro de petróleo y gas.
El plan presentado ayer por la Agencia de Protección del Medioambiente y anunciado por la Casa Blanca afecta a intereses industriales de los Estados más dependientes del carbón, como Wyoming o Virginia Occidental, pero constituye también un reto a los poderes estatales, por lo que encontrará una muy fuerte oposición en el Congreso y terminará muy probablemente en el Tribunal Supremo, como ya sucedió con la reforma de la salud de Obama. En último término, su aplicación dependerá del próximo presidente, aunque con el lanzamiento de la apuesta en puertas de las elecciones primarias Obama va a conseguir un cierto efecto respecto a su legado, completando su agenda reformista interior y exterior con un plan que le sitúa en el liderazgo en ambos planos.
Esta es una de las mejores noticias que se produce en relación con los esfuerzos de reducción de emisiones a la atmósfera, tal como fueron establecidos por el protocolo de Kioto en 1992, al menos desde el fracaso de la Conferencia de Copenhague en 2009, en la que Obama se estrenó con escasa fortuna y la Unión Europea desapareció como actor global en los debates sobre el clima. Lo es también para el presidente Obama, que está subvirtiendo la regla sobre los segundos mandatos presidenciales estériles o negativos. Y lo es respecto a su liderazgo mundial y a las perspectivas de una mejor gobernanza mundial en un asunto que, tal como ha subrayado Obama, afecta al futuro de las economías, a la salud y a la seguridad de las personas.
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