Paris, the Useless Summit

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El cambio climático, no el terrorismo, constituye —sin exageración alguna— la principal amenaza para la supervivencia del género humano. Así lo afirman muchos de los científicos más reputados, los políticos y pensadores más lúcidos, el aspirante a presidente de Estados Unidos, Bernie Sanders, y hasta el Pentágono y la CIA.

Con repulsivo entusiasmo belicista, sin embargo, la mayoría de los gobiernos del orbe —el mexicano incluido— están ocupados menos en combatir los desórdenes del clima que al primitivo Estado Islámico (EI).

La prioridad guerrerista es patente por más que representantes de 190 países inician este lunes en la vulnerada París la XXI Conferencia Internacional sobre Cambio Climático (COP21), encuentro de dos semanas altamente prometedor hasta antes de los ataques del viernes 13, ahora malogrado de antemano.

Con supino optimismo el subsecretario de Planeación de la Semarnat, Rodolfo Lacy, anticipó el interés de la administración del Presidente Enrique Peña Nieto de presentar en la cumbre una posición mexicana “de vanguardia”. México, dijo, “es una voz respetuosamente escuchada y analizada” en el ámbito internacional.

Anticipó además este candoroso funcionario que entre otros compromisos nuestro país ofrecerá “lograr una tasa cero de deforestación en sus áreas naturales protegidas”, y hasta adelantó —sin reparar en asimetrías ni culpas ante el problema del deterioro ambiental global— la absurda propuesta de imponerles a todas las naciones, no sólo las desarrolladas, “una participación pareja e igualitaria” en la contención de la temperatura, la reducción de emisiones contaminantes, y en suma, la destrucción de la naturaleza.

Sin ánimo de aguar la fiesta, la cosa es clara: La preponderancia del interés bélico de las principales potencias, afanes en los cuales nuestro gobierno está impetuosamente alistado como calanchin del Tío Sam, han tornado inútiles los estudios, planes y proyectos elaborados por los científicos del clima, los gobiernos —pocos— menos indolentes y las organizaciones civiles interesadas en el cuidado y la preservación del planeta.

Por convincentes que puedan sonar las disertaciones en la COP21 y por modestos que resulten sus objetivos, estamos ante una cumbre tristemente inútil para su fin específico de lograr un acuerdo consistente en no sobrepasar los dos grados de calentamiento global —ya alcanzamos uno en este 20015, que ha sido el año más caliente de la historia— y reducir de manera drástica las emisiones de dióxido de carbono para conjurar la catástrofe.

Los de por sí escasos fondos internacionales serán ahora destinados a financiar la guerra contra el EI, a la adquisición de sofisticados pertrechos bélicos, no a atender —por ejemplo— los efectos del polvo del Sahara que literalmente llegan a nuestras narices. Veintiocho millones de toneladas de esas microscópicas arenas son expulsadas cada año al Atlántico y nutren los árboles de la selva amazónica pero también causa sequía en Centroamérica y constituyen una grave amenaza para la salud pública en México, principalmente en los estados del Golfo y el Caribe.

El Niño con su sequía y La Niña con sus inundaciones persistirán como causas de desastres en nuestra región, lo mismo que los huracanes descomunales y cada vez más frecuentes, del tipo de Patricia; la ola de calor en Argentina, los incendios forestales en California, la contaminación del aire en China que ha empezado a reducir la producción de alimentos en el oeste de Estados Unidos, o la falta de agua hasta para beber en Sao Paulo, resultado de la ausencia de lluvias producto a su vez de la deforestación.

De acuerdo con el demócrata Sanders, autodefinido socialista en un país donde hasta Barack Obama es tenido por comunista por los republicanos del Tea Party, el agravamiento de fenómenos climatológicos extremos recrudecerá las luchas por la tierra y los recursos naturales, lo que redundará en mayor pobreza, violencia, guerras, migraciones y receptividad de la gente a los mensajes radicales de los terroristas. A decir de este aspirante a despachar en la Casa Blanca su criterio en torno del cambio climático es compartido por el Pentágono y la CIA.

El Banco Mundial calcula que de seguir las cosas como van el aumento de la temperatura hundirá en la pobreza extrema a cien millones de personas —para hacer un total de 900 millones— en sólo tres lustros; pero todo apunta a que la conferencia de la capital francesa, proyectada como oportunidad decisiva para la adopción de compromisos radicales, a la medida de la magnitud del problema, quedará en un encuentro más, sin traducción palpable en la realidad.

El pronóstico, eso sí, apunta a que la de París no será una cumbre borrascosa por la atmósfera de duelo aún imperante; dominarán el sosiego y —al menos en lo declarativo— el espíritu de unidad y solidaridad internacional.

En los hechos, los compromisos surgidos de la COP21 no tendrán modo alguno de concreción. Faltarán recursos nacionales y globales para diseñar políticas públicas ambientales y fomentar la educación y el respeto de la gente por el entorno ecológico. Y, sobre todo, para someter la voracidad y los intereses de las grandes corporaciones transnacionales que dictan las políticas exteriores de sus países, y los sectores privados acostumbrados a explotar sin límite alguno ni noción de la sustentabilidad los recursos, ya sean estos renovables o de los otros.

Paradojas de la política, en París, pues, acabará por imponerse el ímpetu belicoso del socialista François Hollande, a quien todo el mundo toma en serio, no el del socialista gringo Sanders, de quien —lástima— también todo el mundo se rió cuando sobrepuso los riesgos del cambio climático a las atrocidades de los yihadistas y otros desquiciados.

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