En el último debate público por la Presidencia de Estados Unidos, y a poco más de dos semanas de la crucial elección, Donald Trump volvió a impactar por el tono destemplado de algunas respuestas y los comentarios personales sobre su oponente. Además de decirle “eres asquerosa” a Hillary Clinton, dejó sobre la mesa una bomba de tiempo al no comprometerse a aceptar el resultado de las urnas. La atípica campaña de este año no deja de deparar sorpresas.
El encuentro en Las Vegas, Nevada, generó mucha expectativa por el resultado del anterior debate, que había sacado chispas. Las acusaciones sobre maltrato y conductas inapropiadas de tipo sexual, en especial del candidato republicano, fueron reforzadas por otras mujeres que denunciaron al empresario en medios de comunicación. Por primera vez el efecto teflón se resquebrajó, a pesar de que él ha negado insistentemente los hechos y los atribuye a calumnias de sus opositores y de los medios. Según todas las encuestas, Hillary puede estar entre cinco y once puntos por encima de su oponente que le son adversos. Incluso en algunos estados importantes, que con anterioridad votaban a favor de los republicanos, muestran ahora una tendencia favorable a la candidata demócrata.
En esta oportunidad, Trump, quien comenzó su presentación más calmado y con aparente pose de estadista reflexivo, se fue calentando con el paso del tiempo para terminar con otra de sus típicas andanadas. El resultado más importante, que queda como preocupante conclusión del intercambio del miércoles en la noche, es la espada de Damocles que desenvainó el candidato republicano: por primera vez se pone en duda la idoneidad del sistema electoral al insinuar de antemano posibilidades de fraude y, por consiguiente, no comprometerse a aceptar el resultado hasta que sepa qué pasó. El moderador, periodista de la conservadora cadena Fox, Chris Wallace, quien manejó muy bien la jornada, trató de concretarlo en varias ocasiones. La respuesta fue más que diciente: “Cuando llegue el momento, lo miraré (…) Voy a mantenerlo en suspenso”. La sorpresa fue general, comenzando por la candidata demócrata, quien aprovechó para cuestionarlo con toda razón al decirle que “está denigrando nuestra democracia y me asombra que alguien que es el nominado de uno de nuestros dos grandes partidos adopte esta posición”.
Buena parte de los líderes más significativos dentro de su partido, entre ellos su propio candidato a la Vicepresidencia, Mike Pence, desestiman una vez más los señalamientos y prefieren mostrarse respetuosos de la institucionalidad. Sin embargo, no sucede lo mismo con los seguidores de Trump, que parecen creer a rajatabla todo lo que dice el multimillonario candidato con respecto a las teorías conspirativas, que no tienen asidero en la realidad pero que desde ya siembran un manto de duda sobre la jornada. Como sucedería en un país tercermundista.
En materia de inmigración, volvió a insistir en la construcción de un muro en la frontera con México y cuestionó muy duro a su oponente por no tener, aparentemente, una propuesta clara sobre el tema. También chocaron respecto a la situación en Siria e Irak y la lucha contra los fundamentalistas de Isis. Trump le endilgó a Hillary Clinton buena parte de la responsabilidad de lo que está sucediendo allí por su trabajo como secretaria de Estado. Ella le ripostó con un dardo directo por su admiración pública por el presidente ruso, Vladimir Putin. Ante la respuesta de Trump sobre la preferencia de Putin hacia él y no por ella, la respuesta de la exsecretaria de Estado fue contundente: al presidente ruso le conviene más que gane Trump pues lo ve y podrá manejar como una marioneta.
No es fácil predecir si las tendencias en las encuestas se van a mantener o podrá surgir un hecho que revierta lo que, de momento, se percibe. El electorado definirá en un par de semanas cuál es su real preferencia.
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