Una nueva entrega de WikiLeaks, el grupo de ciberactivistas comandado por Julian Assange, desentrañó y difundió el martes lo que presuntamente son los programas que utiliza la CIA para espiar en internet a cualquier persona que tenga un dispositivo conectado a la Red, sea un móvil, una tableta, un ordenador e incluso una receptor de televisión. La agencia norteamericana aprovecha las posibilidades que ofrece la tecnología incluida en esos aparatos -que los usuarios aceptamos al firmar los términos de uso- para inmiscuirse en las conversaciones privadas de cualquier ciudadano que considere oportuno. El caso que ha llamado más la atención es el de los televisores inteligentes de Samsung, a los que la CIA puede acceder con sus programas para oír y grabar conversaciones incluso cuando están apagados.
WikiLeaks considera que se trata de una filtración muy superior a las de los cables del Departamento de Estado en 2010 y las filtraciones de la NSA, en 2013. De confirmarse su autenticidad estaríamos ante un nuevo escándalo del espionaje gubernamental. Es evidente que no se trata de recordar al capitán Renault de Casablanca -“Es un escándalo, aquí se juega”- al entrar en el café de Rick Blaine, porque el objetivo de una agencia de inteligencia es espiar, aunque a veces tenga que usar métodos ilegales que hay que reprochar.
Pero sí hay que hacerse eco, en primer lugar, del tremendo ridículo al que WikiLeaks está sometiendo a la CIA al revelar, no el fruto de sus averiguaciones, sino los programas informáticos -los métodos-, que utiliza para realizar su trabajo. Una de las agencias mundiales clave en la lucha contra el terrorismo ha sido desnudada al completo. Costará tiempo, trabajo y dinero reparar el daño causado. La filtración, si lo difundido es cierto repetimos, llega además en un momento delicado en Estados Unidos. El presidente Trump ha criticado duramente a los distintos servicios secretos del país por ineficaces y todavía no se ha apagado la polémica sobre el espionaje ruso durante la campaña electoral estadounidense. La filtración da alas a Trump para ordenar cambios radicales en la dirección de la CIA.
Pero este nuevo episodio vuelve a demostrar que las barreras de la privacidad han saltado por los aires. Hemos dado permiso para que los dispositivos que utilizamos habitualmente recojan nuestras conversaciones -el asistente de voz Siri, de Apple, registra todo lo que oye y lo envía a los servidores de la empresa, por ejemplo- y eso es aprovechado por las agencias de espionaje para interceptar ilegalmente esa información.
Defenderse ante esta invasión no es fácil. Dos de las empresas afectadas, Samsung y Apple, anunciaron ayer que ya están trabajando para evitar esas vulnerabilidades. Microsoft lleva tiempo proponiendo una especie Convención Digital de Ginebra, que establezca los criterios para “proteger a los ciudadanos de ciberataques de los gobiernos en tiempos de paz”. Unos criterios en los que quieren participar las compañías tecnológicas, que se consideran fundamentales para “hacer de internet un sitio más seguro”. Podrá haber otras soluciones, pero la existencia del riesgo está perfectamente demostrada y para reducirlo será imprescindible el concurso coordinado de los gobiernos y las empresas en todo el mundo.
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