La frustración política narcisista
Trump no podrá deportar a 11 millones de inmigrantes sin quebrar la economía yanqui
FRANCISCO MARTÍN MORENO
31 MAR 2017 – 00:26 CEST
Mi formación como novelista me obliga a estudiar diversas personalidades, a interpretar el lenguaje corporal y a describir la evolución de las facciones del rostro, entre otras curiosidades propias de mi profesión. En el caso de Donald Trump me llama la atención la inmensa cantidad de frustraciones que enfrenta en el día a día al no poder imponer sus puntos de vista con un puñetazo intimidatorio asestado encima de su lujoso escritorio de caoba en su oficina del Salón Oval. Imposible olvidar cuando Nikita Jruschov golpeó furioso, primero con los puños y luego con su zapato, el estrado desde donde daba un discurso de protesta en la ONU, en octubre de 1960.
Trump pasará difíciles momentos de contención desde que no puede patear en el trasero, por elemental decoro, a sus propios correligionarios republicanos, para ya ni hablar de los demócratas. Faltarían árboles en Washington para colgar, a su gusto, a los directivos del FBI, de la CIA, a los editores de The New York Times, a los periodistas de las cadenas de radio y televisión, a los caricaturistas, a los geniales autores de memes, a Angela Merkel, a François Hollande y, ¿por qué no?, a Enrique Peña Nieto, el insolente jefe de Estado mexicano que se niega a pagar el muro y se atreve a cancelarle entrevistas al “amo del mundo”.
Trump pasará momentos de contención desde que no puede patear en el trasero a sus propios correligionarios republicanos
Trump está a acostumbrado a imponer sus decisiones por medio de la violencia verbal a sus colaboradores, socios y hasta banqueros, a quienes intimida con sus actitudes, su voz y sus amenazas. Sabe que mientras más crezca él, más se disminuirán los terceros en una confrontación de negocios. Sí, pero ahora en la Casa Blanca la situación es diferente desde que tiene que lidiar con un monstruo llamado oposición y otro, espantoso, conocido como instituciones republicanas. ¿Conclusión? No poder hacer lo que le viene en gana constituye un escollo inadmisible para su personalidad narcisista, incapaz de resistir opiniones contrarias a la suya, desde que él es titular inapelable de la verdad absoluta.
Cuando Eisenhower llevaba dos años en la Casa Blanca llegó a confesar: ¡Cuánto trabajo me ha costado aprender a ser presidente de Estados Unidos! Extrañaba, tal vez, la existencia de una escuela para presidentes, de modo que las consecuencias y los beneficios de tan difícil e inoportuno aprendizaje, no los padecieran ni sus gobernados ni el mundo entero. ¿En qué universidad, si no en la despiadada práctica, podría aprender Trump a seducir a su Congreso?
Trump advirtió en la campaña: ¡Acabaré de un plumazo con el Tratado de Libre Comercio con México! No ha podido ni podrá lograrlo, salvo una que otra adecuación para salvar la fachada. La derogación del tratado equivaldría a darse un balazo en el paladar. ¿Qué sentirá un narcisista al tener que deglutir sus palabras en público como si masticara un ratón vivo y se lo tragara sin proferir queja alguna? Trump no podrá deportar a 11 millones de inmigrantes salvo que pretenda quebrar a la economía yanqui; Trump miente al publicar el número de empleos creados en los últimos dos meses; faltó a la verdad al atacar a Barack Obama con la interceptación de llamadas; engañó al revelar el importe del famoso muro (ahora parece ser digital) ante la incapacidad de conseguir los recursos para su construcción; Trump mintió al señalar que acabará en 30 minutos con el ISIS y en otro tanto con los talibanes, al igual que prometió someter a Corea del Norte, sin pensar que los chinos protestarían con la debida severidad.
Desde que Trump llegó a la Casa Blanca ha recibido rechazo tras rechazo, derivados de las instituciones estadounidenses. Su mirada delata cansancio; el peso de su narcisismo, su peor enemigo, se evidencia en sus crecientes ojeras y en el notable envejecimiento dibujado en su rostro. Sí, lo evidente no requiere prueba, pero Trump no tiene imaginación de las consecuencias que acarrearía el intento de construir su muro en territorio mexicano, obviamente por la fuerza. El rencor histórico de México se desbordaría en la frontera. Espero que alguien le explique que invadir un país no es lo mismo que construir un campo de golf en el Doral…
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