During an unusual press conference last Friday, U.S. Attorney General Jeff Sessions admitted that he was shocked by the number of leaks by various government agencies that had reached the press – most of which have been related to Donald Trump's contentious presidency.
Apart from condemning the leakers, the head of the department charged with criminal prosecution of federal crimes announced that the number of investigations pertaining to leaks, including the transcript of a conversation between Trump and Mexican President Enrique Peña Nieto, had tripled. The attorney general announced that charges had been filed against four people for the unauthorized release of confidential information.
This is the official version of the drama that envelops the most powerful presidency of the world. However, the executive branch can do little to stop the leaks, which are a natural reaction to a series of presidential errors. Many of these revelations have made it possible to understand the modus operandi of the White House with more clarity, which also helps to explain the declining popularity of its principal tenant.
Sessions frames these leaks as a threat to national security, but he fails to mention the threat presented by the central players in these events. In the end, these leaks only reveal a portion of what transpires within the highest governmental chambers.
Appeals to nationalism are of little benefit to the strongest democracy in the world, because they merely attack the consequences of the leaks, without addressing the motives of those who seek the possibility of resistance, or at least of making public some information the state is trying to hide, through leaking information to the media.
Thanks to these leaks, the American president's cocksure and inappropriate attitude in his dealings with Peña Nieto was revealed to be a charade. Trump's words prove he is a leader preoccupied with appearances, one who seeks to drag others into his persistent farce in order to justify the unsustainable claims made ad nauseam during the campaign, when he promised to build a wall between the U.S. and Mexico — a promise which seems more unlikely to be fulfilled with every passing day.
The attorney general is mistaken in believing that threats will end the leaks, because the information that has come to light during these short but chaotic months has been leaked not only by the intelligence sector, but also by various members of the executive branch and legislative branch, making it clear that there are many people who are not only interested in the flow of information, but who are disposed to disseminate it and demand greater transparency.
A witch hunt, like the one denounced by President Trump, has begun in Washington. However, despite Trump’s claims, this witch hunt is not directed against his presidency, but rather, intends to silence and intimidate those who seek to make the exercise of power more transparent. As the slogan of The Washington Post states: "Democracy dies in darkness."
Durante una inusual conferencia de prensa, por la temática abordada, el fiscal general de Estados Unidos, Jeff Sessions, se confesó asombrado el pasado viernes por la cantidad de filtraciones que desde distintas oficinas públicas llegan a los medios de comunicación, la mayoría de ellas relativas a la tan polémica presidencia de Donald Trump.
Además de condenar las filtraciones, el jerarca de la persecución criminal anunció que se han triplicado las investigaciones por esos casos, incluido el de la transcripción de una conversación de Trump con el mandatario mexicano, Enrique Peña Nieto, dada a conocer por el diario The Washington Post. El Fiscal General anunció que por la divulgación de información confidencial se han presentado cargos contra cuatro personas.
Ese es el lado oficial del drama por el que atraviesa la presidencia más poderosa del mundo, pero poco pueden hacer las fuentes oficiales sobre la reacción natural a una serie de desaciertos del mandatario, al punto de que muchas de esas informaciones han permitido conocer con más propiedad el modelo imperante en la Casa Blanca, lo cual a la vez permite explicar el descenso de la popularidad en todas las encuestas de su principal inquilino.
Sessions califica esas filtraciones de amenaza a la seguridad nacional, porque tampoco puede hablar de los riesgos a que exponen a esa potencia quienes son los principales protagonistas de la información que llega a los medios de comunicación independientes, los que al final solo reproducen parte de lo que ocurre en las altas esferas gubernamentales.
Apelar al nacionalismo aporta muy poco en beneficio de la democracia más consolidada del orbe, porque se pretende atacar las consecuencias, sin analizar las motivaciones de quienes buscan en los medios la posibilidad de incidir o cuando menos de que se haga pública información que la población debe conocer y la cual el aparato estatal trata de ocultar.
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Gracias a esos informes es que se constata que el tono bravucón e intempestivo del presidente estadounidense contra Peña Nieto es solo otro efecto de imagen, porque sus palabras lo pintan más bien como un mandatario preocupado por las apariencias, quien en todo caso se afana por buscar la ayuda de su interlocutor para persistir en una farsa para justificar las poco sustentables palabras de la campaña electoral en las cuales se insistió hasta el cansancio en la construcción de un muro, una promesa cada vez más lejana.
Se equivoca también el fiscal general de Estados Unidos al creer que con amenazas terminarán las filtraciones, pues lo que se ha conocido durante estos breves pero caóticos meses surge no solo del círculo de inteligencia, sino que abarca a varios sectores del Ejecutivo y se extiende al poderoso Legislativo, donde es claro que hay muchos personajes interesados y dispuestos a alentar y exigir el flujo de información.
En Washington se ha desatado una cacería de brujas, como ha denunciado el presidente Trump, pero no está dirigida contra su mandato, sino el objetivo es acallar y amedrentar a quienes intentan hacer más transparente el ejercicio del poder. Como dice el eslogan de The Washington Post: La democracia muere en la oscuridad.
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