Walls and Destinies

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Muros y destinos

El presidente Trump viajó a San Diego, California, para conocer modelos del muro que blindará a su país de los “malos hombres” que entran portando drogas y violencia a la incauta sociedad norteamericana. El recurso de los muros no es nuevo. El más famoso de ellos es el de la Muralla China, que empezó a construirse 200 años antes de Cristo y siguió alargándose hasta llegar a los seis mil kilómetros ya entrado el siglo XVII. Hoy es una simple imponente atracción turística que pasa cerca de Pekín

En el siglo XX, los soviéticos quisieron con otro muro retener a los berlineses que anhelaban aires libres. Hoy en día, su destino es el mismo que el chino, sólo que este último está ensombrecido por el recuerdo de años de opresión.

El muro que Trump prometió a sus partidarios no será sino la extensión de los tramos que ya existen en diversos puntos de la frontera. Según nos lo informan, ya se está extendiendo en un punto cerca de Mexicali. La pared de 9 metros de alto que iría del Pacífico al Golfo tendría una extensión de más o menos la mitad de la Gran Muralla.

Es bien sabido que la respuesta de los ricos a los problemas, sean países o individuos, es aventarles dinero. Completar el capricho de Trump llevará una inversión de 25 mil mdd y la Cámara de Diputados, con todos los votos de los Republicanos adeptos a su Presidente, no le aprobó más que 1.6 mil millones. El faltante dependerá de una muy cuestionable suscripción pública. El proyecto Trump pretende desaparecer el paso de gente y productos hacia EU.

La insistencia en construir el muro es infantil porque quiere interrumpir la comunicación y el flujo humano entre los dos países que nunca cesará. Son miles de norteamericanos que llegan a nuestro país de vacaciones o como residentes para escapar de la tensión diaria y gozar de nuestros mil y un atractivos de toda clase. A la vez, son millones de mexicanos que buscan éxito y bonanza en la emigración hacia nuestro vecino del norte.

Todo lo anterior describe un fenómeno tan sociológico como político, como económico o cultural. Los tres países que compartimos Norteamérica nos desenvolvemos reconociendo nuestras respectivas culturas e historias. Canadá recuerda la América francesa, siendo un país bilingüe que aún pervive en los que se resisten a quedar absorbidos por modos angloamericanos de vida. La arenga del general de Gaulle desde el balcón de Montreal aun atraviesa plebiscitos. Los compromisos contractuales heredados de sus pueblos originarios se respetan de manera muy diferente al trato que Estados Unidos dio a sus Pieles Rojas.

Estados Unidos desea que perdure la proclama que figura en su billete de un dólar, anunciando un Nuevo Orden Mundial fijado a fines del siglo XVIII, donde imperen nuevas formas de convivir en comunidad, de gobernar sin imposición y de servir al mundo.

Las diferencias son pronunciadas. No sólo las étnicas. Sigue el mestizaje de Estados Unidos prolongando las capas de migraciones europeas que crearon su propia convivencia hasta que la masiva llegada de comunidades enteras de población hispana introdujo una nueva etapa en la conformación social y sicológica del país. El prometedor ensayo político-social, aplaudido en su momento por filósofos en el siglo XVIII, devino en la potencia mundial que se enfrenta hoy en día al inesperado reto de China que, a su vez, representa un gigantesco experimento político, económico y social igual de trascendente que el norteamericano del siglo XVIII.

¿Choque de “modelos” siempre utópicos o simple rivalidad económica? La tensión internacional se estira. Un contendiente sueña en un muro absurdo que desde su entraña lo debilita, mientras que su contrario, sabio de milenios, espera y calcula el momento.

En México, este mismo tiempo se va imaginando que va a progresar sin disciplina ni esfuerzo, adivinando el resultado del primero de julio y yendo al mall más cercano.

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