La alarmante rendición de Helsinki
La desgraciada cumbre de Helsinki, otro teatrillo como lo fue la de Singapur con Kim Jong-un, confirma la deriva geopolítica de Estados Unidos
Una fotografía lo dice todo. Es de la agencia Reuters y está firmada por K. Lamarque. Lunes, 16 de julio, en el palacio presidencial de Helsinki. Comparecen en rueda de prensa conjunta los presidentes de Estados Unidos y Rusia tras dos horas de conversación mano a mano, solos con los intérpretes. Putin, que le ha entregado a Trump un balón recuerdo del Mundial de fútbol, esboza una sonrisa taimada mientras el presidente estadounidense palmea el esférico. El líder ruso está satisfecho, no ha tenido ni que jugar el partido de la cumbre.
Incomprensiblemente, Trump se la ha regalado en una alarmante rendición que recuerda el día de la infamia perpetrado por el premier británico Chamberlain ante Hitler en 1938 en Múnich, con la entrega de los Sudetes, región en la antigua Checoslovaquia, a la Alemania nazi. Vendida como “la paz en nuestro tiempo”. Qué mejor manera para que Putin demuestre ante el mundo que, por razones que desconocemos y posiblemente algún día los fiscales estadounidenses desvelen, tiene a Trump en sus manos. Este admira a su homólogo de Moscú, con el que se entiende mejor que con sus aliados de la OTAN, a los que acaba de humillar en Bruselas.
Putin persigue desvincular a Europa de EE UU. Y Trump consiente esta política de finlandización, concepto que presumiblemente ignora. Para Trump, Rusia no es culpable. Ni por la anexión de Crimea, ni la desestabilización de Ucrania, ni el derribo de una avión civil de pasajeros con un misil ruso, ni por la injerencia de Moscú en las elecciones presidenciales de EE UU.
La pésima relación entre EE UU y Rusia la achaca a las tonterías cometidas por Washington, por los servicios de inteligencia norteamericanos y por la caza de brujas de la prensa estadounidense. Pero ni Trump es Reagan, ni Putin es Gorbachov, que a lo largo de cuatro cumbres —Ginebra, Reikiavik, Moscú y Washington— bien preparadas, contando con el asesoramiento de los que sabían, cerraron la Guerra Fría. La desgraciada cumbre de Helsinki, otro teatrillo como lo fue la de Singapur con Kim Jong-un, confirma la deriva geopolítica de EE UU. Primero, Trump, luego, América, y al infierno el resto del mundo, incluidos los aliados, a los que equipara con el enemigo. Será difícil y costoso, pero Europa, entre dos fuegos, Putin y Trump, deberá preparar su futuro sin EE UU. Este gran país suspende hoy como ejemplo de democracia sana.
El desvarío internacional al que asistimos se enmarca en la era de los líderes fuertes que padecemos. Una auténtica peste, alentada por la matriz de Trump. De Putin a Xi en China, pasando por Erdogan en Turquía, Duterte en Filipinas, Orbán en Hungría, Al Sisi en Egipto, Ortega en Nicaragua, Maduro en Venezuela. Las democracias iliberales, cebadas por el populismo, el miedo a los otros. La muerte de la democracia, diría Mark Twain, es una noticia muy exagerada, pero la democracia necesita ser cultivada y defendida.
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