Equilibrio global en riesgo
Conforme a lo programado, a mediados de julio el presidente Trump se desplazó a Europa para mantener tres encuentros. A saber: con sus “socios” de la Organización del Tratado de Atlántico Norte (OTAN); con la primera ministra del Reino Unido, Theresa May , y finalmente con el presidente de Rusia, Vladimir Putin. Dada la importancia de los encuentros, se generaron grandes expectativas acerca del desarrollo y los resultados de los mismos.
En la primera etapa de su visita, Trump mostró su “antidiplomacia” insultando y atacando a sus aliados de la OTAN. En efecto, en la reunión calificó a los miembros de la organización de “delincuentes” por no haber cumplido con el compromiso de gastar, como mínimo, un 2% de su PBI en defensa. Primero exigió a la totalidad de los integrantes de la alianza que, a la brevedad, cumplieran con el compromiso en cuestión. Sin embargo, al final de la cumbre, redobló su apuesta: pidió que el gasto aumentara al 4%. No todo terminó allí: en declaraciones posteriores al cierre, afirmó que había impuesto a la organización su exigencia de duplicar los montos asignables a defensa. De inmediato, a modo de vocero, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, declaró que ningún miembro había modificado su compromiso inicial de alcanzar el 2%. Una vez más quedaban al desnudo las “verdades alternativas”.
A posteriori de la reunión de la OTAN, el presidente se desplazó al Reino Unido para un encuentro con la primera ministra Theresa May. Antes de la reunión, no tuvo mejor idea que declarar que el Brexit era una excelente decisión, pero que, sin embargo, la primera ministra, al defender un Brexit “blando”, estaba manejando el tema en forma equivocada contra la -según él- correcta posición de un Brexit “duro”. Es más, desfachatadamente afirmó que como consecuencia de esa posición errónea de May, el Reino Unido se hallaba “en estado de agitación” (sic). Claramente, una inaceptable intromisión en los asuntos internos del país anfitrión.
Finalmente, el lunes 17 de julio, el presidente de los Estados Unidos se reunió a solas con Putin. Según los analistas, Trump debía plantear al presidente de Rusia varias cuestiones primordiales, destacándose entre ellas las presuntas interferencias en las elecciones de Estados Unidos, la anexión de Crimea, el apoyo al genocida sirio Al Assad y las acusaciones de envenenamiento por parte de la inteligencia soviética en el Reino Unido.
Lamentablemente, en una pobrísima actuación, Trump no solo no obtuvo ninguna respuesta concreta, sino que, además, en la conferencia de prensa posterior a la reunión, desautorizó a su comunidad de inteligencia, al Departamento de Justicia y a parlamentarios de ambos partidos al afirmar sorprendentemente: “Las investigaciones (llevadas a cabo en Estados Unidos por la intromisión rusa) son un desastre para nuestro país; realmente, no ha habido injerencia alguna”.
Por último, el remate de su claudicación fue el comentario acerca de las relaciones entre ambas potencias: “Las tensiones se han agravado por las locuras y las estupideces de los Estados Unidos”, dijo. Las reacciones en el país del norte no se hicieron esperar, se calificó al encuentro como una desgracia, una rendición total e incluso una traición.
En síntesis, el periplo europeo de Trump, que implicó un ataque a los aliados históricos de la OTAN, una indebida intromisión en los asuntos internos del Reino Unido y, finalmente, una increíble actitud complaciente con el enemigo tradicional, ha demostrado, bien a las claras, las increíbles falencias de este personaje que, con su ambigüedad, su imprevisibilidad y con generación de “verdades alternativas”, está convirtiendo a la primera potencia mundial en un país errático y poco fiable, con todas las consecuencias negativas que ello implica para el equilibrio político y económico global.
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