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John McCain, or the Dignity of the Patriot

September 4, 2018

Published in ABC
(Spain) on 27 August 2018
by Javier Rupérez (link to original link to original)

Translated from by Lena Greenberg. Edited by Helaine Schweitzer.

The sad fervor with which Americans have mourned his passing explains the significance of his figure well: He was a dignified man who dedicated his life to improving the lives of others.

As a Navy pilot, as a tortured prisoner of war, as a congressman or as a senator, John McCain had one goal in his life: to serve his country. He dedicated 60 of his 80 years to this task, and over the course of these years, he left a clear record of his character and his convictions: the fight for democracy within and beyond his country, the search for agreement and consensus beyond ideological borders, the pursuit of the common good above all else, and care for the weak and helpless.

He didn’t hide his conservative credentials, nor did he shy away from political battles, but when it came to it, he was able to put what he understood to be his country’s best interests ahead of his personal convictions. This led him, in the last years of his life, to be at the center of a small bipartisan group of senators who, for many, embodied reason and progress in the face of the tribal-like division into parties, interest groups, or identitarian slogans.*

A man of quick and colorful temperament, and a permanent sense of humor, he was always within reach of both the big guy and the little guy, of media outlets both prominent and small. He was very close, on several occasions, to reaching the height of political representation, either as vice-president or president of the United States. In 2000 he had to concede the Republican presidential nomination to George W. Bush, and in 2008, he had no choice but to bow to the unstoppable wave that carried Barack Obama to the White House. On that occasion, and according to his own memoir, he wasn’t helped by having chosen former Alaska Gov. Sarah Palin, a ‘feminist’ card both attractive and weak, as his vice-presidential running mate.

Impervious to success and failure, Kipling-style, he found his greatest refuge in heading the Senate Armed Services Committee, from which he led the development of the recently-passed bill on the improvement and increase of the U.S. Armed Forces budget, a bill that bears his name. He will be remembered for many wide-ranging things, but many prefer to remember him for his response to a fervent anti-Obama voter during the 2008 presidential campaign: “No ma’am. He’s a decent family man, a citizen that I just happen to have disagreements with on fundamental issues.” The sad fervor with which Americans have mourned his passing explains the significance of his figure well: He was a dignified man who dedicated his life to improving the lives of others. This is the best epitaph, an epitaph this figure deserves in these times of tribulation and weakness.

*Editor’s note: The identitarian movement (otherwise known as identitarianism) is a European and North American far-right and white nationalist movement that originated in France.

John McCain o la dignidad del patriota

El entristecido fervor con que los americanos han lamentado su fallecimiento bien explica el alcance de su figura: un hombre digno que dedicó su vida a mejorar la de los demás

Como aviador naval, como prisionero de guerra torturado, como congresista o como senador, John McCain no tuvo en su vida otro objetivo que servir a la patria. Fueron sesenta de sus ochenta años los que dedicó a esa tarea y a lo largo de los mismos fue dejando invariable constancia de su carácter y de sus convicciones: la lucha por la democracia dentro y fuera de su país,la búsqueda del acuerdo y del consenso por encima de las fronteras ideológicas, le prosecución del bien común más allá de cualquier otra consideración, el cuidado por el débil y el desamparado.

No ocultó sus credenciales conservadoras ni rehuyó la batalla política pero en el momento de la verdad supo anteponer lo que entendía como bien del país a sus propias conveniencias personales. Ello le llevó en los últimos años de su vida a ser el centro de un pequeño grupo bipartidista de senadores que el parecer de muchos y en el sentir de tantos otros, sin renunciar a sus ideas, encarnaba la razón y el progreso ante la parcelación tribalista de partidos, grupos de interés o proclamas identitarias.

Hombre de genio rápido y florido, y de permanente sentido del humor, estuvo siempre al alcance del ciudadano grande y pequeño y de los medios de comunicación importantes o menos. Poco le faltó en varias ocasiones para llegar a la cima de la representación política, bien como Vicepresidente o como Presidente de los Estados Unidos. En el año 2000 tuvo que ceder la candidatura presidencial republicana a George W. Bush y en el 2008 no tuvo más remedio que plegarse a la oleada imparable que llevó a Barack Obama a la Casa Blanca. En esta última ocasión, y según su propia memoria, no le favoreció el haber elegido como candidata a la Vicepresidencia a la que fuera Gobernadora de Alaska, Sarah Pallin, carta feminista tan atractiva como inconsistente.

Impermeable al éxito o al fracaso, a la Kipling, encontró en la presidencia de la comision senatorial de Defensa su mejor refugio y desde allí canalizó la gestación de la ley recientemente aprobada sobre la mejora y ampliación de los presupuestos para la Fuerzas Armadas que lleva su nombre. Se le recordará por muchas y variadas cosas, de diverso brillo, pero muchos prefieren hacerlo en aquella respuesta que dirigió a una enfervorizada anti obamista durante la campaña presidencial: «Señora, usted se equivoca, mi contrincante es una persona decente y un buen hombre de familia, con el que tengo algunas discrepancias sobre asuntos varios». El entristecido fervor con que los americanos han lamentado su fallecimiento bien explica el alcance de su figura: un hombre digno que dedicó su vida a mejorar la de los demás. Es el mejor epitafio que su figura merece en estos tiempos de tribulación e inconsistencia.

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