Esta vez era yo quien visitaba a mi hija en Nueva York, y le había prometido una demostración de velocidad. Pensó que sería en algún tren expreso, pero no, le propuse una experiencia con las apps de citas.
Elegimos Bumble, fundada por una feminista ex-Tinder que creó una opción para que sean las mujeres quienes decidan y lleven la vocería en todas las interacciones. Entramos a ver qué conseguíamos dándole un radio de conexión a 10 millas a la redonda, solo Manhattan. La pantalla de mi hija se llenó de ofertas: como se sabe, en el celular se ponen a la derecha los elegibles, hasta cuando se da el match. Por mi parte logré match con una mujer, profesora de un colegio. Acordamos con mi hija otro juego cómplice. Les pondríamos cita en el mismo sitio, y no para una copa sino para beber un chocolate caliente en un bar tradicional sobre la 5.ª Avenida. La dama X se hizo presente, y la verdad, no me agradó. Su presencia desmentía su foto, desfalco visual recurrente en estas citas, además de modales bruscos. Volteé a mirar a mi hija en una mesa vecina, y me hizo una señal de desaprobación: luego me diría que el caballero, no obstante advertirle que era una cita de conversación, la refirió para rumba y noche abierta. Nuestros efímeros amigos luego comprenderían, un poco frustrados, porqué les pusimos cita en una chocolatería y no en un bar.
Nueva York está dominada por las aplicaciones de citas. El frenesí manda. Las distancias hacen mella; ir de Nueva Jersey a Brooklyn, por ejemplo, son dos horas. Los costos de Manhattan son imposibles. El trabajo, sobreexigido; no hay tiempo extra para la vida placentera y acompañada. Tal vez esto ayude a explicar el auge de las citas a ciegas digitales, puntuales en su objetivo, ansiedad de placer y temor a la soledad urbana.
A los rooftops –bares terrazas– que tienen gran éxito se va a oír música con alto volumen y a beber; las conversaciones en general son pocas, y el neoyorquino básico de clase media está hecho para enloquecerse: ganar dinero y consumirlo de una. Le explicaba a mi hija que cuando viví en esta ciudad hace 20 años, la urbe pública era veloz por el metro; hoy, la velocidad la marcan los encuentros anónimos, la aventura de rodar y seducir por horas. La mujer aparece como protagonista de un mundo furioso que pide placer de fin de semana, cuando las apps de citas se multiplican por 2.
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