Trump y el Golán
El reconocimiento del presidente de EE UU de la anexión israelí de los Altos del Golán constituye una inaceptable violación de las declaraciones de Naciones Unidas.
El reconocimiento formal por parte del presidente de EE UU, Donald Trump, de la anexión israelí de los Altos del Golán constituye una inaceptable violación de las declaraciones de Naciones Unidas sobre el conflicto árabe-israelí y anula el papel que Washington pueda jugar —como de hecho hizo en el pasado en los acuerdos de paz entre Israel y Egipto y Jordania— para lograr un acuerdo permanente con Siria. Es, por tanto, una decisión muy perjudicial tanto para la consecución de la paz en la región como para la política exterior de EE UU.
El territorio donde se sitúan los Altos del Golán estaba dividido entre Líbano y Siria hasta que durante la guerra de los Seis Días, en 1967, fue ocupado por Israel. En 1973, durante la guerra del Yom Kipur fue escenario de cruentos combates, pero finalmente permaneció bajo control israelí. Naciones Unidas ha exigido en reiteradas ocasiones el fin de la ocupación israelí y desde 1974 mantiene una misión de interposición entre las tropas sirias e israelíes. El Gobierno de Jerusalén aduce la importancia estratégica de los Altos para la defensa del país y desde el comienzo de la guerra civil siria denuncia actividades hostiles por parte de Irán desde el otro lado de la frontera. En 1981 el Parlamento israelí incorporó el territorio —en su declaración evitó cuidadosamente la palabra “anexión”— al resto del país. Esta anexión de facto fue condenada inmediatamente por la ONU.
Trump abandona ahora el papel de árbitro, reduciendo cualquier posibilidad de intermediación en una posible negociación. Sencillamente está haciendo que Estados Unidos no sea ya un interlocutor fiable para una de las partes en conflicto (en este caso, la más débil). Se trata de la continuación de una estrategia diplomática iniciada hace casi un año cuando decidió trasladar la Embajada de su país a Jerusalén reconociendo la capital israelí de la ciudad cuya parte oriental también permanece ocupada desde 1967. Aquello supuso la ruptura de un consenso internacional prácticamente unánime que dejaba la resolución del problema a una negociación entre israelíes y palestinos. Ahora Donald Trump, unilateralmente, ha vuelto a romper este consenso, en este caso con otro vecino árabe.
La decisión del presidente de EE UU llega además en plena campaña electoral israelí, que celebrará elecciones legislativas el próximo 9 de abril, y supone un respaldo público al primer ministro conservador, Benjamín Netanyahu, quien, bajo graves acusaciones de corrupción, va a tratar sin duda de sacar rédito electoral de esta decisión. De modo que Trump además ha intervenido directamente en un proceso electoral de otro país. Su decisión, perfectamente aplazable, beneficia a un candidato nacionalista. Y perjudica a todos los demás, incluyendo a su país.
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