La economía de los Estados Unidos está experimentando su período más prolongado de expansión desde la post-guerra (39 trimestres consecutivos de crecimiento, superando los 36 trimestres de los inicios de la década de 1960). El nivel de actividad está por encima de lo que los economistas consideran como “máximo nivel sustentable”. La tasa de desempleo laboral (3,6%) es la más baja desde julio de 1969 y el uso de la capacidad instalada está cerca de sus máximos históricos.
A pesar de todos estos factores, la tasa de inflación se mantiene por debajo de la meta del 2% anual y los salarios crecen en forma moderada. Éste es el primer gran enigma: ¿por qué los salarios crecen moderadamente con una tasa de desempleo tan baja? La respuesta está en el tipo de empleo que se está creando.
La economía ya exhibía indicadores sólidos cuando se celebraron las últimas elecciones presidenciales, pero a pesar de ello el entonces candidato Donald Trump expresaba su insatisfacción sobre tres puntos: a) los desequilibrios en las cuentas externas; b) la cantidad de personas fuera del mercado laboral (que lo atribuía al “desencanto” por no poder conseguir un empleo); y c) la tasa de crecimiento, a la que consideraba muy por debajo de sus valores históricos y del verdadero potencial de los Estados Unidos.
Una evaluación superficial de los datos parecerían darle la razón: el desequilibrio en la cuenta corriente de la balanza de pagos superaba en aquel entonces los 450 mil millones de dólares (2,3% del PBI), existían más de 2 millones de personas que habían abandonado la búsqueda de empleos, y la tasa de promedio de crecimiento del PBI durante este último ciclo de expansión era la mitad de la registrada en el anterior ciclo expansivo en la década de 1960.
Una vez electo, Donald Trump se dedicó a atacar estos “problemas” centrando las soluciones en tres acciones: bajar impuestos, tomar represalias comerciales contra varios países -para revertir lo que consideraba “comportamientos injustos” en el comercio internacional y como mecanismo para incrementar el empleo-, y restringir la migración ilegal.
Un análisis más detallado muestra, en realidad, que la relación déficit externo/PBI era ya la mitad del registrado en 2008 y que el desequilibrio remanente era el reflejo de la falta de una “moneda internacional” que obligaba a los países a entregar bienes a cambios de “papelitos” para satisfacer sus necesidades de liquidez; que la baja en la tasa de crecimiento de los Estados Unidos estaba más asociada a los problemas de “envejecimiento” de la población (menor crecimiento de la oferta laboral y caída en la tasa de ahorro) que a temas de incentivos a invertir (aunque estos eran importantes), por lo que la incorporación de los “desilusionados” al mercado laboral no resolvería estos problemas; y que las restricciones a la migración y al comercio podrían distorsionar el funcionamiento del mercado laboral.
Los resultados de estas políticas son hasta ahora mixtos. La tasa de desempleo continuó bajando y el mercado absorbió una porción marginal de “desilusionados”; los desequilibrios externos han crecido en lugar de disminuir; las crecientes tensiones comerciales están afectando el comercio internacional (bajando las importaciones pero también las exportaciones); y, por último, la baja de impuestos se ha reflejado en un aumento de la tasa de inversión pero con una duplicación del déficit fiscal.
El enorme deterioro desequilibrio fiscal está generando otro paradigma: su financiamiento obliga a emitir deuda en circunstancias en donde los grandes compradores de bonos extranjeros (China y Japón) no lo están haciendo y la Reserva Federal está disminuyendo sus tenencias de bonos. Una mayor oferta acompañado de una menor demanda debería normalmente estar reflejada en una baja del precio de los bonos (suba de las tasa de interés), pero está sucediendo exactamente lo contrario. Este es el segundo gran enigma de la economía de los Estados Unidos.
El listado de los tenedores de deuda permite resolver este enigma: los grandes compradores de bonos fueron otros extranjeros (fondos que salen de los países emergentes asustados por los posibles efectos de la “guerra comercial”), y especialmente las familias estadounidenses que duplicaron sus tenencias de bonos, cuando tradicionalmente no eran compradoras de bonos. ¿Cómo lo hicieron? Utilizando el mayor ingreso disponible por la baja de impuestos para ahorrar en lugar de consumir. Este comportamiento es similar al de los japoneses luego de la gran crisis de principios de la década de 1990.
La contrapartida del actuar de las familias es la menor expansión del gasto. Las últimas cifras muestran que la aceleración del ritmo de crecimiento en el primer trimestre está casi totalmente explicado por la acumulación de stocks (las empresas vendieron menos que lo previsto) pero que el consumo como la inversión muestran importantes desaceleraciones.
La gran pregunta para el futuro es: ¿seguirán las familias dedicando su mayor ingreso al ahorro y a la compra de bonos? Si la respuesta es afirmativa veremos una desaceleración económica acompañada por tasas bajas. Si la respuesta es negativa, seremos testigos de un incremento del consumo acompañado por una suba de tasas. Un agravamiento de la “guerra comercial” dificultaría aún más la decisión de las familias.
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