La respuesta corta sería un no. Estamos frente a un alarmismo colectivo basado en desinformación, falta de contexto histórico y la percepción general del asesinato de Qassem Soleimani como un ataque a una figura militar institucional de un país soberano, en vez de la eliminación del más peligroso agente infiltrado de una nación con una agenda de desestabilización regional.
Soleimani comandaba las fuerzas Quds, una mezcla entre la CIA y una legión militar extranjera. No solo coordinaba inteligencia sino la presencia militar clandestina de Irán en los conflictos más sangrientos de medio oriente como Iraq, Yemen y Siria en donde fue cómplice de las muertes y desplazamientos de miles de sirios a los que repetidamente se les atacó con armas químicas. En su momento fue incorrectamente identificado como aliado reacio de Estados Unidos en su batalla contra ISIS cuando al mismo tiempo fue su patrocinio en Iraq de las milicias Shia que alimentó el radicalismo Sunni de donde nace esta organización terrorista.
Soleimani mantuvo la reverencia de las diferentes facciones extremas y moderadas dentro del gobierno. Esta es precisamente la clave para entender la reacción que se daría luego del asesinato. Irán por encima de todo, es un estado sobreviviente. En 40 años, y a su alrededor, han caído las dictaduras de Egipto, Iraq y Libia. Cada una de ellas tenía una estructura centralista basada en figuras que detentaban el poder de manera casi absoluta. Irán es una serpiente de varias cabezas que, sin carecer de disputas internas, no pierde el norte de actuar como una sola nación cuando se ven presionados por los poderes de la región y sus aliados de occidente.
Pero el régimen ha cometido un error de cálculo enorme subestimando a Trump. La tónica de esta administración estadounidense ha sido potenciar la presión económica y limitar a presencias militares cortas su participación en los conflictos de Medio Oriente. No hay duda de que la cautela de Trump ante ataques a tanqueros de petróleo y empresas estatales saudís fue percibida por los iraníes como debilidad y falta de convicción, al punto Ali Khamenei, máximo dirigente de la clase clerical y líder defacto estatal, se burló abiertamente de Trump a través de Twitter. Esto fue un severo error que puso más presión pública a un presidente con una base de votantes nacionalistas importante. Recibida la información sobre posibles ataques directos a embajadas, Trump tenía ahora el pretexto para enviar un mensaje contundente de que ellos son los dueños de las escaladas militares.
Ambas naciones tienen claro que ni siquiera sus bases más recalcitrantes quieren un conflicto armado similar al de Iraq. El 8 de enero los iraníes, luego de días de retórica inflamatoria que alimentó la histeria mediática apocalíptica, lanzan un ataque de cohetes que terminó sin víctimas norteamericanas ni daños materiales considerables. Esto no fue accidental. Ambos líderes han reclamado una victoria política y mediática y parecen contentos con el resultado.
Las siguientes decisiones probablemente se ajustarán a un patrón histórico más predecible. Un patrocinio estatal de Irán a grupos terroristas que ataquen los intereses globales occidentales y un Estados Unidos utilizando todo su arsenal de presión diplomática y financiera para evitar una Irán atómica. Sin duda esto no ha terminado, pero una tercera guerra mundial afortunadamente sigue limitada al deseo de las grandes potencias de evitar la destrucción masiva.
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