What Is Burning Is the United States

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Lo que arde es Estados Unidos

Trump, ante una economía aún lastrada, saca baza electoral del desorden en el país

“La vida americana, dijiste, no es posible”. Así arranca un poema de Carolyn Forché, verso sacado de contexto (y del libro ‘El país entre nosotros’) para este tiempo sin cartografiar. Si hay una figura retórica de la que abusan los periódicos la sinécdoque (tomar la parte por el todo) se lleva la palma. Quizá porque no prestamos atención al materialismo planiano (de Josep Pla, que huía de todo psicologismo y efusión sentimental, y por eso no cometió el error de echarse a la novela). Y tal vez para digerir  la sobredosis de realidad multiplicada por el efecto óptico de las redes y los servicios de noticias que no se apagan nunca, una cucharadita de ironía. ¿Está la sociedad estadounidense tan enfermizamente polarizada como parece? En tiempo de elecciones todo se agudiza por la necesidad de los partidos de recetar argumentos que rearmen ideológicamente a los propios y hagan titubear a los tibios.

Una de las películas más originales del 2019 fue ‘Lo que arde’. Anclada en los Ancares del casi despoblado interior gallego, Oliver Laxe se preguntaba por los fuegos que no cesan y acaso por lo que lleva al pirómano a su nihilismo. Si trasladamos esa lente a la otra orilla tenemos una secuencia que parece trazar un mapa de hogueras en la noche americana y tal vez radiografía un país sumido en la perplejidad y el encono. Y con un habilísimo pirómano llamado Donald Trump que en vista de que la economía sigue lastrada y no ha sabido capear la pandemia de coronavirus (se estima que para los comicios de noviembre habrá 200.000 ciudadanos menos que no verán la noche electoral), el desorden parece su baza para la reelección.

La Casa Blanca como trampolín

Tras convertir la Casa Blanca en trampolín partidista, y una puesta en escena entre imperial y musoliniana, Trump aceptó la candidatura republicana con un mensaje de “ley y orden” arropado por su familia mientras las calles volvían a rugir (sinécdoque más metáfora) tras la muerte el 23 de agosto en Kenosha, Wisconsin, del ciudadano negro Jacob Blake: siete disparos por la espalda y casi a quemarropa a manos de un policía blanco. Para añadir escalofrío al terror, y a pesar de que Blake no puede caminar a causa de los disparos, ha sido esposado a la cama del hospital. Episodio que se suma a las protestas que desencadenó la asfixia mortal de George Floyd (nueve minutos bajo la rodilla de un agente blanco) el pasado mayo en Mineápolis.

Pese a la evidencia de los excesos policiales, Trump no ha mostrado piedad por esos muertos (ni por los de la pandemia). Y tiene partidarios, como el joven de 17 años Kyle Rittenhouse, literales: mató a dos manifestantes en Kenosha. Mientras en Portland, Oregón, proseguían los choques entre votantes de la mano dura trumpiana y el movimiento ‘Black Lives Matter’ (Las vidas negras importan), un seguidor del presidente murió el sábado de un balazo. Thomas Edsall ha publicado un documentado reportaje en el ‘New York Times’ con una conclusión que estremece: “Me temo que somos testigos del final de la democracia americana”. Si los periódicos son el primer borrador de la historia, ¿estamos sabiendo leer lo que nos pasa?

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